El metiche de marras

Monday, June 25, 2007

Tres robos

Y todos perpetrados en la casa de cultura de Tlaxcala.
Uno de ellos, merced a los cambios y enroques que se han venido sucediendo en los diferentes espacios de poder del gobierno local.
Para ponerlo en lenguaje llano.Cambió el director del ITC y con eso muchos de los planes que había se han venido, o retrasando, o modificando, y en algunos casos de plano eliminando.
La parte que me toca, egoista que soy, es la edición del libro de cuentos. Ya no sale en fecha cercana, y en un descuido hasta en fecha lejana. No hay presuntos responsables, hay, en todo caso, plena disposición de las autoridades pertinentes para resolver el caso, ya sea mediante otro de los programas, como es el caso de aquel cien X cien, o hasta conseguir recursos para sacarlo de una manera coeditada.
El otro caso es más trivial, pero que me afecta más directamente: Mi bicicleta desapareció del vestíbulo del edificio ante la mirada de varios a los que, resulta lógico, ni les interesaba averiguar si el presunto caco era o no el dueño del aparato aquel.
Ahora, el tercer robo tiene que ver con una incapacidad de poetizar acerca de esos dos actos.

Porque resulta que me sentí robado en mis ilusiones de ver en tinta y papel aquellas historias que tantas horas me tomó acomodar, depurar, construir y reconstruir, maquillar, peinar y lamer para que quedaran lindas lindas y sentirme orgulloso cuando en su presentación en sociedad me dijeran que había cumplido como afectuoso padre de las mismas.

Me sentí robado en mi concepto de humanidad solidaria, parte de un entorno en el cual me siento libre, sosegado, cobijado. Me robaron la seguridad, la confianza en los otros, las ganas que cada mañana me embargan de convivir con el mundo.

Y me sentí robado en mis ganas de escribir, esa mañana precisamente una serie de textos que me reivindicaban con mis propias ideas.
O acaso no fue un robo, sino un despiste propiciado por mi ofuscación. En todo caso, desde hace días camino por las calles de Tlaxcala mirando de reojo a todo mundo y apretando el contenido de mi mochila y de mis bolsillos. Camino silencioso cuidándome de decir a los demás lo que en ese momento va armándose en mi cabeza.
No vaya a ser la de malas.