El metiche de marras

Sunday, September 14, 2008

Hace un año...

por estas fechas me estaba quejando de las festividades patrioteras con elementos extranjeros.
Y la pregunta de hoy es:
realmente somos independientes?
ya somos independientes económicamente, culturalmente, socialmente, estadísticamente?

Wednesday, September 03, 2008

¿Cuánto cuesta tu trabajo?

Cuando usted sale de la oficina, del taller, de la sala de juntas, de su lugar de trabajo pues, y decide que es hora de un cafecito, un helado, una botana o un tentempié, de estar en amena charla con los amigos, con las amigas, con los curiosos que pasan a su lado porque la mesita está al aire libre, y de repente se le aparecen artesanos, bordadoras, labradoras de madera, músicos de banqueta, pedigüeños y niños vendedores de chicles, ¿Cómo los recibe? Les compra algo, los aparta amablemente, les dice no gracias, ahorita no, los mira de arriba abajo y no dice nada, o de plano, como pude ver anoche al pasar por el portal grande, Los corre sistemáticamente como quien se aparta las moscas del pastel y luego profiere en voz alta mirando hacia su interlocutor pero dirigiéndose a la persona que acaba de ofrecerle su producto. No les des nada, no les compres nada, que trabajen, ya no les fomentes la vagancia.
¿Usted suele reaccionar así? Bueno. ¿Se ha preguntado cuales son las opciones de trabajo de esas personas? ¿Ha pensado realmente si se dedican a eso por falta de opciones o por decisión propia? Y en última instancia, ¿qué nos autoriza a menospreciar el trabajo de los demás?. Porque vale tanto el esfuerzo que realizan unos en las oficinas que otros en los talleres. Unos ante una computadora y otros con la aguja y el hilo. Unos ante el teléfono y otros con la gubia labrando escenas en un trozo de madera.
Cada Trabajo, por pequeño que sea, es una opción válida de vida y de identidad que intenta, en la medida de las circunstancias, insertar a su ejecutor a la dinámica social que le toca vivir. Curiosamente a nadie se le ocurre cuestionar objetos de origen idéntico siempre y cuando los vean en los escaparates. Entonces sí, sin chistar, el consumidor adquiere el objeto exótico a un precio 300 veces superior al que le fue adquirido por el artesano inicial.
Les juro que esas personas no tienen roña, yo he sido muchas veces parte de ese contingente. Les juro que si por ellos fuera, pondrían sus artesanías en un aparador bonito para que vinieran los turistas y los llevaran a sus lugares de origen a presumir a sus amigos lo adquirido en un pueblito llamada Tlaxcala.
Pero no les queda y no les dan opción más que hacerlo de esa manera.
Y si no nos interesa comprar, por lo menos no los menospreciemos.
No se vale.

Inseguros hasta de nosotros mismos

Hace días se reunieron con gran bombo y platillo gobernadores de varios estados del país con Fecal en Palacio Nacional. La gran nota es que ahí estuvo Marcelo Ebrard. Todo organizado para dejar ver que finalmente van a “trabajar” para abatir la impunidad en la que han operado los malos.
Lo que no logra el asesinato de dos locutoras indígenas a manos de militares, las masacres de campesinos en Chiapas y Chihuahua, los movimientos sociales en Atenco, guerrero y Oaxaca, las anónimas muertas de Juárez, los secuestros tradicionales orquestados en Tenancingo y cientos de casos poco ventilados en los medios, lo logra un apellido empresarial.
Ahí tenemos entonces la fórmula. Si queremos que el gobierno haga algo, hay que dirigir las baterías a los aliados del poder: los empresarios.
Ya es hora de dejar de criminalizar al pobre por ser pobre, al desesperado por recurrir a medios poco ortodoxos con tal de llamar la atención a sus demandas de justicia, y aceptar por fin que en México, la justicia siempre ha estado al servicio del dinero y a las argucias legales de poderosos sin escrúpulos.
Sólo así se entiende que a líderes sociales se les den cien años de cárcel y a funcionarios del congreso se les otorguen amparos para no informar de sus posesiones. Que a los gobiernos de Puebla y Oaxaca se les ratifique en sus cargos a pesar de las evidencias en su contra y a sus detractores se les encarcele bajo argumentos absurdos.
Ya es hora, carajo, de que entendamos que esta mal llamada democracia es un juego perverso que lo único que hace es fomentar ese círculo vicioso en el que por más carreras de ratón en cilindro, no podremos cambiar.
El cambio no es posible marchando; si, como atestiguan los medios noticiosos, mientras una familia anda en la manifestación, los secuestradores de su hijo alistan el plan para sacarles sus setenta mil pesos.
El cambio es recuperar el poder del ciudadano sobre las decisiones a puerta cerrada de aquellos que para colmo, deciden cobrándonos por hacerlo.

Una mentadita por amor de dios

¿Cómo se planea una vida?
¿Cómo sabemos cuando hay que capitalizar una idea, una actitud?
¿Qué tanto un ideal debe ser sacrificado para permitirnos vivir en este sistema?
¿Y si no existen los ideales y en su lugar sólo hay pretextos?
¿Cómo saber reconocer un pretexto y separarlo del sentido del ridículo, de la comodinidad, de la cobardía y la inercia?
¿Cómo le decimos a la opinión que de nosotros tienen quienes nos conocen y nos quieren, que sí podríamos hacer lo que sugieren sin sentirnos derrotados, o manipulados, o poco comprendidos?
Y ya encarrerados, ¿hay una fórmula para esquivar las pataletas adolescentes que no hemos superado?
Los que ya lo lograron ¿cobrarán mucho por enseñarnos, que no sea muy caro por favor y que no me ofrezcan tranquilidad estática de aquí en adelante?

¿Por qué si ella tiene razón siento que al mismo tiempo me está chantajeando?
¿Aceptando acaso que soy miope, mediocre, dejado, comodino, que prefiero que mi unión se desmorone antes de poner la espalda para que el cascajo caiga sobre mis hombros mientras mis manos sostienen el techo resquebrajado?
Y una vez aceptado ¿qué sigue?
Así de imbécil y egoísta y estúpido me estoy portando. Así de cobarde y estéril es mi reacción ante la sugerencia patinada de advertencia que ella me ha hecho.
Y a pesar de todo me ama.
Qué ojete, que desgraciado, que poca madre la mía por ver a lo que ha llegado y yo nomás con el remiendo de actividades que para colmo se han alejado de lo que yo presumo ser.
Porque mis últimos movimientos en pos del dinero no son ni mucho menos mi especialidad, son parches de una vida lerda, son afanes de prolongar otro poco la ruindad en que mi existencia parásita se ha convertido. Son ganas de estar fastidiando, o la falta de ganas por hacer algo digno de tomarse en cuenta.
Es miedo, es rencor, es apatía, es valemadrismo, es charlatanería, es un poco de todo y es quizá un problema síquico o neuronal o visceral o es otro pretexto; pero es algo que, lo juro, me ha costado muchísimo erradicar, a pesar de que para ustedes sea tan fácil, tan evidente, tan ahí, a tiro de piedra.
Es algo que no me enorgullece, es algo que me hace sufrir, no con un sufrimiento exhibicionista, sino con uno atenazador, oprimente, paralizador. Lo que me lleva a una espiral de tragedia, porque es precisamente esa parálisis, esa inamovilidad la que me ha llevado a esta situación.
Ay carajo, a veces, imbécil que es uno (y yo creo que ahí es donde radica el meollo del asunto), pensando y dándole vueltas, parece más sencillo y más dramático y más como espectacular y aleccionador y como una pequeña venganza infantiloide, la idea de morirse, suicidarse; o acabar en la calle astroso y cagado y meado y absolutamente apiltrafado parece más sencilla y más viable y más a la mano, que esforzarse y dejar de lado atavismos y decir: hoy me levanto y chingue a su madre, trabajo duro y me hago de esto y aquello y a los compromisos que me estorban simplemente les digo que se vayan a la chingada y ante todo está mi necesidad y mi pareja y yo, y lo demás me vale madre.
Y entonces, decir: me vale madre arrasa parejo y se lleva entre las letras y las horas desperdiciadas precisamente aquello y aquella por la que el esfuerzo valdría la pena.
Si alguien, que no cobre la terapia, que entienda lo que escribo, tiene la amabilidad de venir y mentarme la madre y patearme el culo y raparme las hippies mañas y dejarse de apapachos perjudiciales, neta que le estaré agradecido.
Porque de otra manera, ante la cantidad de pendejadas que he hecho, ya valí madre.

Sustituyamos el nombre del amor por algo màs comprensible y menos manoseado y menos rencoroso y menos absurdo

De manera sesgada, casi inconfesada, muchas veces me he dicho a mí mismo que en realidad no estoy enamorado. Que a lo mejor nunca lo he estado. Me lo digo porque, ahora que más o menos entiendo de letras, de metáforas, de interpretaciones poéticas de las emociones y sensaciones del cuerpo, no he encontrado nada en mí que se parezca, aunque sea de lejos, a esas floridas descripciones de los románticos y enamorados que dejan el alma en cada carta, en cada misiva y en cada acción realizada para la pareja. He escrito muchas cartas, la mayoría cargada de frases contundentes cuyo esperado desenlace puedo adelantar. Pero jamás me he sentido auténticamente impelido a realizar esos actos heroicos que suponen el verdadero amor, sea cual sea. Constantemente veo casos y notas donde el amor no es sólo palabras, sino actos. Y al cuestionarme si yo sería capaz de realizarlos por mi pareja acabo aceptando que no, jamás, ni loco… o ni enamorado.
Digo todo esto confesando otra vez que no sé si es realmente amor lo que me une a ella, u otra de esas plácidas rutinas que adoptamos a lo largo de nuestra vida y conscientemente disfrazamos de sentimientos.
Pues bien. En los días anteriores algo ha ocurrido (no daré detalles porque son demasiado míos y por más que quisiera, no puedo confesar), que hizo que ángela se enojara tremendamente conmigo. Ya otras ocasiones se ha enojado. La he visto realmente mal. ¿Y saben que? Me perdona siempre. Algo de lo que ella siente por mi, y que yo no alcanzo a sublimar, es lo que la impulsa a pasar por alto mis estupideces. Ella me ama. Yo me siento ligado a ella indisolublemente. Pero cuando pienso en la palabrita, por más que intento, no consigo admitir que sea amor. No lo entiendo. No asimilo el concepto y por lo tanto no me dejo envolver por su pretendida magia.
Bueno, retomo el relato. Entonces ella se enojó conmigo. Ya hace dos días que no me habla. ¿Y saben otra cosa? Me afecta mucho. No en el sentido de que me entristezca o sufra. Pero me he dado cuenta de que las cosas como que pierdn su chiste. Como que salir a rolar no tiene la misma emoción. Como que las mujeres, a las que siempre veo con cierto gusto y morbo y deseo y todas esas suciedades, ahora no me parecen atractivas. Algo amarillea el panorama. Y sólo porque ella no me dirige la palabra ni me da un beso al salir ni me toca al acostarnos ni me cuenta como le ha ido en la escuela, ni se ha querido comer las cosas que preparo en el desayuno.
Me siento extraño, algo falta, algo se me desmorona. Algo que me niego rotundamente a llamar con aquella palabra deshilachada pero que en vista de su ausencia no encuentro con qué sustituirla.
¿Qué nombre le pondré?