El metiche de marras

Sunday, October 31, 2010

¿Cómo no ser misántropo?

Si apenas salir de mi casa me encuentro la bolsota de basura. Si en la carretera nunca falta el acelerado que rebasa por la derecha, si en los cruces de caminos los automovilistas hacen cuatro filas en un camino de dos, y se agandallan no dejando pasar al de junto. Si en las oficinas públicas me sigo encontrando a obtusos empleados empeñados en cumplir con la norma aunque ésta no tenga nada que ver con el sentido común. Si por más que intente razonar con ellos, insisten en que si no traigo tal o cual inútil documento, simplemente no me harán el trámite. Si el camión de la basura insiste en revolver los desechos debidamente separados, aunque le insista en que debería recoger la basura a intervalos razonables. Si el consumidor estándar insiste estúpidamente en comprar en la tienda con los letrerotes más grandes, aunque sea evidente que las cosas están más caras ahí. Si a pesar de tener las tiendas tan cerca, insiste en desplazarse hasta el nuevo centro comercial, que le queda lejísimos,nomás por darse su baño de clasemedierismo consumista. Si mientan a su dios con la pertinaz obsesión con que un perro ladra, una gallina huye y un borrego caga bolitas a pesar de que les quiero demostrar que vengo en son de paz. Si se niegan a repensar un poco, o por lo menos mostrarse reflexivos ante las evidencias que les dicen lo contrario a lo que su formación costumbrista les ha venido inculcando sin chistar y sin cuestionar. si gritan, alardean, se enfurecen contra el enemigo que les ha expoliado la tranquilidad, y luego babean enloquecidos cuando ese mismo enemigo les receta fútbol, telenovelas, y pretextos para salir a vaciar el bolsillo, la cartera y la cuenta de la tarjeta de crédito. Si dicen una cosa y hacen otra, si se quejan  por la mala situación y luego se niegan a modificarla. Si cada vez que se les sugiere ayuda se ofenden y mientan madres, si son tan egoistas, si son tan pendejos, si les vale madre, si se ofenden si les dices eso. ¿Cómo no entonces odiar al género y odiarse por pertenecer a él?

Monday, September 20, 2010

Esos cambios que suceden...

IFC es la segunda de mis amistades que visita el tiradero que aún no termina de convertirse en mi acogedora casa. Bueno, ya antes vino un cierto maestro de música a arrear con los herrajes de una batería que rodaba de acá para allá sin beneficio musical alguno.
Estuvimos charlando un breve espacio de tiempo en los que hablamos un poco sobre literatura, sobre los libros que hemos leido, sobre los escritores y poetas que conocí en Monterrey, sobre ciertos literatos locales, sobre escritores underground y sus fervientes séquitos de fans  y acabó por decirme que por eso casi no le gusta convivir con literatos, inevitablemente se habla de literaturaÑ y en su concepción (que a veces también es la mía) es como de mucha hueva estar reflexionando sobre el oficio.
Me imagino a un obrero llegando a su casa, después de siete ensordecedoras horas en la nave de la fábrica, y ponerse a hacer ruido de motores y traillas y sopletes y martillazos ante su mujer e hijos. Como que la cosa no es para tanto. Así pues, este amigo literato no quiere hablar de literatura ante otros literatos. Lo comprendo.
Hablamos, pues, de cine, y finalmente concluimos con que el cine es mejor mirarlo y no comentarlo, así que simplemente rescatamos los cupones de descuento que ya antes habían ido a parar a la basura, y que gracias a la prolongación del plazo de vencimiento, nos evitaríamos gastar mucho.
La película estuvo buena, aunque inevitablemente me hizo caer en la cuenta de que yo podría ser un poco reaccionario, que tiendo a entronizar a ciertos personajes hasta el punto de sentirme incómodo cuando los veo redimensionados a un papel más humano, más mortal, más con los defectos que caracterizan a la especie y menos como el extraordinario personaje que me gustaría que siguiera siendo. Ya antes me había pasado con Sherlock Holmes, y ahora lo confirmo con Hidalgo.

Luego entonces, y esto es parte de lo que conversé con IFC, me surge recurrente la pregunta: ¿en qué momento dejamos de ser como éramos hace diez años? Todo este enfriamiento, esa concienzudo desmenuzamiento de las situaciones que antes eran simplemente espontáneas, quizá auténticas y bien intencionadas, ahora se llevan entre las patas a esta generación que ya nos llama “señor”, y no “carnal”.
Así y todo, seguimos siendo jóvenes, seguimos siendo los que éramos, simplemente es que hemos aprendido un poco más del mundo.
Eso es lo que espero, o ya me chingué.
(Y nos hemos chingado tantos…)

Monday, September 13, 2010

Ociociudades V

¡Pásele marchante, pásele! ¡Barato nomás un rato! ¡Qué le damos güerita, mire qué chulada!

La vida en el tianguis es precisamente eso: vida. Uno puede recorrer pasillos esquivando a diableros, a marchantas con las bolsas voluminosas, percibir los cientos de aromas de verdura, fruta, chicharrón, abarrotes, ocotitos, chalupas, quesadillas; más allá zapatos, cestos de mimbre y palma, carne expuesta a la mirada, al olfato y a la codicia de perros famélicos. Uno se desliza con deleite escuchando un caótico entrecruzamiento de voces, rumores, pregones, regateos y gritos de ¡va el golpe, va el golpe! Y mientras dribla el carrito de los elotes, sopesa una piña y se pone a regatear con el puestero hasta lograr un precio que ambas partes juzgan adecuado, quedando ambos con la íntima sensación de que cerraron un buen negocio.
En el tianguis todo tiene rostro humano. Uno se reconoce en ese otro sujeto que carga la bolsa del mandado y piensa en que allá en casa la mujer espera los ingredientes del sabroso puchero que aliviará los malestares de la fiesta anterior.
A diferencia del repertorio de pop ochentero y seudo lounge que, sin poder precisar su procedencia, se desliza en el ambiente del centro comercial, en el tianguis tienes las bocinas frente a ti exhalando canciones tropicales, gruperas, de banda, reguetones, pop populachero, las viejitas pero bonitas. Una amalgama de sonidos que otorgan autenticidad y dicen mucho más de lo que estarían dispuestos a decir sus respectivos escuchas. Cada sonido se ofrece al comprador con toda la carga anímica de quien lo pone a todo volumen.
En el centro comercial nunca encontrarás alguien a quien regatearle, no sabrás si la fruta es ¡tres kilos treinta, jefa; uno doce!
En el tianguis puedes no comprar nada y salir de ahí satisfecho de la visita. En el centro comercial, darás y darás vueltas, y aunque el carrito esté lleno, ese vacío existencial que te condujo allí seguirá siendo inmenso.
El asistente del tianguis tiene cuates a los que cuenta sus penas; el consumidor de un centro comercial tiene un sicoanalista.
En los asépticos pasillos del centro comercial te sentirás solo aunque te cruces con una centena de individuos; el carrito impone la distancia. En el tianguis las comadres se encuentran sin planearlo y pueden pasar horas masticando a gusto a la vecindad entera mientras, de pasadita, te enteras de que fulanito anda con sutanita y que tal se fue al otro lado y aquel otro ya murió de viejo, de borracho o de un cólico.
Con el marchante puedes establecer una conexión profunda, con el empleado de cajas jamás. El cerillo servicial del centro comercial jamás llegará a tener el estatus del bolsero de la central de abastos.
De puesto en puesto probarás un poco de cada fruta, verdura, carne y cuanta mercancía se halle sobre tablones, costales, huacales y burros metálicos, la prodigalidad del tianguista es así. Si tú osas picar una uva, un jamoncito, un juguito, inmediatamente te caerá el encargado del departamento X a decirte que por favor, no abra, toque ni desenvuelva nada antes de pagarlo.
Y finalmente, al pagarle a la señora de las verduras no te hará sentir incómodo por no aceptar ese robo institucional que es el redondeo, y si te queda a deber unos centavitos te dará el pilón.

Wednesday, July 28, 2010

Ociociudades IV

La vocación del ambulante

Sólo basta que la situación se presente para que comiencen a germinar cual hongos, los vendedores de souvenirs allí donde menos uno se lo espera.
Basta que una calle cualquiera muestre cierta desigualdad para que en un huequito aparezca de pronto una vendedora de tamales o chalupas. Basta que una banqueta esté un poco más ancha que las otras para que un puesto de mallas cuadriculadas se ensamble de pronto y exhiba desde discos y pelis piratas hasta cinturones, gorras, bolsos y chucherías de esa ralea.
Es más, basta que una carretera ofrezca una dosis adecuada de topes ("reductores de velocidad", se lee en algunos señalamientos carreteros), para que ahí mismo te ofrezcan alegrías, camotes, panes, jugos de naranja, gorras, accesorios para auto, piñatas. Por la vía corta a Puebla vemos piñatas, voceadores, fruta de temporada, sidras apiladas en los camellones, papalotes (a la altura de Papalotla, ¿dónde más?), talavera y otras cosas propias de la zona. Basta cualquier semáforo para que en su base se plante una persona ofreciendo jugos de frutas, que dependiendo de la hora, pueden ser lo mismo frescura de fruta o de plano tepache fermentado.
Ya de pedigüeños es un cantar paralelo. Los hay que, pala en mano, ofrecen la gorra esperando ver pagado su esfuerzo por tapar un bache con cascajo; o los que, ondeando una franela, ejercen de semáforos humanos.
Pero lo que me llevó a escribir esto es la cantidad francamente pintoresca de los que en su momento asaltaron ese pequeño tramo que viene desde el seminario de la Y Griega hasta poco antes de San Matías Tepetomatitlán. Ahí, a distintas horas era posible encontrar tamales y jugos de naranja, duraznos, tunas peladas con todo y su bolsita de chile piquín, dulces, cacahuates y garapiñados, tortas preparadas, refrescos en lata que tomaban de una tina con hielos al costado de la carretera, franelas, entre otras linduras. Había por lo menos dos vendedores de esos pingüinescos jugos; vamos, que hasta supermanes y Tiger`s de hule vi por ahí. Luego estaba el detalle de que los vendedores tenían sus camionetas por ahí estacionadas para surtirse, y en caso de fatiga, ir a sentarse, echar taco carretero y cotorrear el punto a la sombra de una lona azul. Me quedé con ganas de ver si por ahí oculto andaba un Sanirent.
Uno, como sea, ya ubica a los ambulantes por una indefinible fisonomía. Como que son morenos, con aire de curtidos por el sol, como una característica indumentaria, en fin, ustedes entienden. Lo que he visto últimamente es a chicas con trazas más de estudiantes en día de pinta que de chavas trabajando por el sustento. Bonitas viceras, deditos lindos, boquitas pintadas y gestitos de no soportar el calor pelante, vendiendo accesorios para celulares, peluchitos, cuadros de esos de marco rústico y barniz espeso.
Ante esas, no me habría extrañado ver, ante la tardanza de la obra, unos locales como dios manda, para que uno pasara como en el supermercado: revisando las etiquetas y eligiendo qué comprar al vendedor en turno.
Ese marchantismo endémico de nuestra gente, que todo pretender comercializar, adquiere cotas catastróficas cuando lo vemos replicado en ciertas leyes y amenazas de privatización. En expropiaciones de sitios arqueológicos, en ofertas prematuras de bases de datos ciudadanos, en subastas al mejor postor de nuestra propia seguridad, nuestra educación y nuestra salud pública.
Así las cosas, ¿Cuánto ofrece usted por las respuestas a estos problemas?

Ociociudades III

*Tienes un mensaje de texto*
El celular es la piedra angular de la época actual. Como lo fue en otros tiempos el sombrero de copa, o el caballo. Todo el mundo debía tener uno, y una vez tenido, debía procurarse que éste fuera mejor que aquel, con más alzada o un mejor material hasta llegar a los accesorios, la pluma, el listón, las jaretas, los aparejos, todo lo ostentoso que se pudiera para diferenciarse de los demás.
No poseerlos equivalía a dejar de ser, a perderse entre la pelusa, a ser un jodido miserable indigno de codearse con la gente. O ya en un plano menos dramático, a no tener amigos del rango social pretendido. Bueno. A los adolescentes si debe parecerles un drama, y hasta una tragedia. He visto casos de pérdida de la dignidad con tal de que papá les compre el modelo 4500 o el blackberry más actualizado. He sabido de robos, de intercambios sexuales, de chantajes, con tal de comprarse uno.
El celular es la entrada a las pasarelas sociales del zapatófono. Comunicarse ha pasado a segundo plano. Se trata ahora de variar el modelo dependiendo de las tendencias de la temporada. Celulares de diseñador, celulares con estrambóticas combinaciones de colores y de materiales. Celulares con infinidad de aplicaciones que nada tienen que ver con su intención original.
Ahora adquirir un celular es consultar catálogos, visitar anaqueles, y lo más importante: tener en cuenta que no se parezca en nada al celular de la amistad a la que se pretende superar en estatus.
El celular es ahora, paradójicamente, la herramienta idónea para tener menos amigos, que contactos los podremos tener a miles. No hace poco veíamos un comercial televisivo en donde se mostraba a toda una ciudad agachada, robotizada, zombificada; pendiente de las pantallitas de sus celulares e ignorante de su entorno. Aislados merced a los auriculares, hablando a la nada con el manos libres. La comunicación en esta dinámica es ahora así: hablar frente a frente es anacrónico. Un celular es también un entrenamiento en eso que ya George Orwell llamaba “la neolengua”, tan imprescindible en estas aceleradas actualidades en que comunicar una idea es fácil mediante mensajes de texto, mensajes multimedia y emoticones. Comunicarse ahora es intercambiar fotos, canciones, gif’s. Es sustituir la lengua y la garganta por el Bluetooth y el infrarrojo.
Por eso, si tú conservas aún ese tabique electrónico mediante el cual hablabas a los alejados geográficamente, tienes ante ti dos opciones: o te actualizas al modelo en boga o te resignas a no formar parte de los elegidos para figurar en ese bendito y esperanzador RENAUT.

Tuesday, June 15, 2010

Ociociudades II

Con un tope hemos topado, Pancho

Uno va tranquilamente por cierta calle. De improviso siente el golpe del neumático con un elemento prácticamente inherente al camino: un tope. Los topes son una especie en vías de expansión. A los caminos les nacen topes como a los adolescentes barros. ¿Será porque, según nuestras autoridades, finalmente estamos alcanzando la madurez en materia de comunicaciones? Así, el tope-barro de nuestra joven ciudad surgirá donde uno menos se lo espera. Pueden maquillarse calles, avenidas y callejones, pueden ser desazolvados, emparejados, renovados. Todo irá bien hasta que los vecinos, casi de manera automática, decidan que los constructores olvidaron algo: ya está, es el tope.
El tope es emblemático de México. No he sabido de otros lugares donde se le tenga tanta devoción al tope. Y como en todos los casos, no hay un tope igual a otro. Los hay suavecitos, deslizantes; los hay bruscos, repentinos. Los hay similares a guarniciones o a trincheras. Dependiendo de la zona, los habrá también de materiales diferentes. Me ha tocado encontrar topes que en una primera etapa eran castillos de armex. Simplemente fueron recostados y como para disimular su primigenio origen, se les puso una embarrada de mezcla y ya, a detener vehículos. Los hay de tepetate, de chapopote, de cemento; incluso de madera, habiendo sido anteriormente postes derribados.
Los topes también han llegado a ser objeto de mimos. He visto ramitos de flores, crucecitas, peluchitos y otros ornamentos para disimularlo o acentuarlo. Al tope se le pinta, se le decora, se le agradece su abnegación a la hora de defender las vidas de borrachines oscilantes, niños imprudentes, señoras apresuradas canasta en mano, ciclistas y peatones que deciden que la banqueta es demasiado estrecha para transitar por ella.
El tope es una manifestación de rencor, una pequeña venganza ante aquel que puede darse el lujo de tener vehículo; así sea una discreta carcachita. El tope es tan imprescindible en la psique citadina que no importará que la calle esté acribillada de baches, o deformada en su empedrado levantado, y menos aún que ofrezca una curvatura de imposible tránsito.
El tope es la panacea de la incultura vial. Cumplir con los señalamientos de tránsito, responsabilizarse de la obligación peatonal queda así descartado de antemano. Por lo tanto, evitemos tanto gasto superfluo de las autoridades federales, estatales y municipales en materia de vialidad, eliminemos semáforos, franjas peatonales, señalamientos preventivos y restrictivos. Devolvámosle a las aplanadas calles su configuración original toda llena de altibajos. Llenémoslas de topes. Sólo así y de esta manera quedaremos satisfechos con la imagen urbana que tanto nos han querido forjar. Démosle al tope el estatus que por pura multiplicación merece y dejemos de construirlos al amparo de la noche.

Wednesday, May 26, 2010

Ociociudades I

La valía de un perro

¿Qué hay más citadino que un perro?
Los perros son el catalizador del potencial económico y social de los habitantes de la urbe, o ya por lo menos de sus periferias. Bajo esa dinámica, no es lo mismo un french poodle o un rottweiller, que un can rabón sin raza definida. No es lo mismo un "Cookie", que un "Firulais". No es lo mismo el costal de croquetas que el costal de totopos. Y no es lo mismo una correa con logotipo que un vil mecate.
Los perros manifiestan, tal como sus dueños, actitudes similares pero bajo estímulos diferentes. El perro del citadino gruñe de contento y saludable jugueteo mordelón. El perro del pobre gruñe de rabia y terror ante otro posible atormentador de su hambre y sus costillas.
Así, no es de extrañar que a mayor alejamiento del centro de cualquier ciudad, la cantidad de perros se incremente. Este dato no es fortuito, obedece a un factor de la consabida cadena alimenticia. El perro cuenta, como todas las especies, con un depredador natural: el automóvil. Así, mientras mayor es la concentración de vehículos automotores, disminuirá la cantidad de cuadrúpedos en la misma vía.
En las ciudades, regidas por la velocidad, la gasolina y el rugido que marca territorios, los perros están condenados a las azoteas, los patios traseros, y la correa en sus momentos de paseo. Claro que nunca faltan los valientes canes que se aventuran en una lucha monstruosamente desigual con la consecuencia de las muertes sobre el asfalto, a razón promedial de tres por carretera.
Pero, en contraparte, en los barrios bajos, o altos en su caso geográfico, en los alrededores de los focos citadinos siempre en constante derrame, los perros tienen mayor control territorial, son más dueños de las calles, de los parques, de las aceras y de los postes, sus eternos aliados en el asunto del marcaje territorial. Aún así, no pueden todavía ponerse al tú por tú con los coches, a los que a pesar de sus acosos en jauría, hocicos gruñentes dirigidos a los neumáticos, ni siquiera espantan u obligan a reducir la velocidad.
Por eso: ¡Perros del mundo, uníos!
¡Y córranle que los atropellan!

Sunday, May 23, 2010

Para saber sobre qué tierra piso

Desde hace unas semanas estoy colaborando en el Sol de Tlatlapas (jeje, EMZ dixit).
Así que a partir de hoy comienzo a poner aquí mismo mis colaboraciones, bajo el sugerente título de Ocio-Ciudades.
Ya poco a poco me encargaré de dotarlas de sus respectivas imágenes.
sale, la siguiente es la primera

Thursday, May 06, 2010

Diálogos

Fueron días enteros dedicados a escrutar imágenes malas de obra pública.
Fueron tres noches acomodando fotos en páginas, poniéndoles marco, escribiendo datos técnicos, dando medidas a todo.
fueron varias sesiones de estira y afloja con el encargado de las obras municipales.
fueron semanas de poner/quitar/sustituir fotos que no convencían al patrón.
Fueron días de azuzar a los de la imprenta para que acabaran de imprimir en offset las páginas.
Fueron horas de no comer, de no dormir, de echarle montón a un tambache de revistas que ya se habían pospuesto por lo menos tres veces, y luego de prometer que  un día, que a cierta hora, que ya por la tarde la tienen en sus manos.
Y ahora resulta que no las repartimos, que el jefe dice que están mal,que tienen errores, que se escondan.
Qué fiasco!!!

Wednesday, May 05, 2010

De Cara al Book

Vivo entre dos mundos paralelos, y últimamente no sé cuál es el que debería priorizar.
En realidad lo tengo bastante claro.
El mundo real es el que vale. Aquí como, aquí vivo, aquí siento. Aquí están mis emociones, mis sensaciones.
Todo lo que a través de esa ventana se me presenta es un desfile inverosímil e inconexo de ostentosos solitarios.
Percibo como ruidos los avisos del facebook sobre el comentario X del amigo Y. Cuando me conecto aparecen líneas y líneas de gente que no conozco, que pone pastiches de filosofía, fotos, ligas, comentarios, textos que no acaban de envolverme.
Algo me hace sentir incómodo con toda esa gente. Ese gentío que se aparece intempestivamente sin que yo esté preparado para recibirlo. Es una fiesta ruidosa y poco productiva.
Son demasiados amigos que no comparten una amistad auténtica conmigo. Son amigos etiquetados. Son amigos con los que no cuento. Amigos que no me pueden ayudar cuando de ayuda se trata.
Me deslizo entre espectaculares pretensiosos, que esconden fachadas de cascajo gris. De los amigos que también lo son en la vida real, si los encontrara no sabría cómo, a partir de ahora, entablar una conversación.
Este ruido moderno ensordece mis ojos, tapa mis orejas y me impide discernir a tiempo lo que estaba buscando al momento de dar click a la casilla de enter.
Y yo que entraba sólo para buscarla a ella…
Pero se me pierde, me la oculta la multitud. No quiero verme como en esas escenas citadinas donde el gentío inerte se lleva las últimas agitaciones de su mano tendida a mí.

Monday, April 12, 2010

No confío en mis compatriotas

No confío cuando timoratamente están dispuestos a doblar las manos al menor amago de restricciones.


Cuando a pesar de sus bravatas y rencores y quejas de cafetería, en el último momento hacen las colas impresionantes para pagar la tenencia, el teléfono, los recargos en el banco, registrar sus datos del celular.

No confío cuando hablan de derribar al espurio y todo se limita a inscribirse a las listas de Facebook y después a sentarse con la íntima sensación de quien ha hecho su parte.

No confío en ellos cuando son testigos de estas absurdas alianzas partidistas, y a sabiendas de la traición ética que suponen, comienzan a pensar a quién aliarse para recibir su parte.

No confío en ellos cuando conociendo la manipulación emocional de la masa, aún así le siguen el juego a los medios y se hacen eco de la muerte de una niña y sus circunstancias telenovelescamente misteriosas e ignoran otras tantas más terribles y alarmantes por provenir de los poderes que poco a poco nos cercan.

No confío en aquellos que asienten con la cabeza y niegan con sus actos, no confío en aquellos que se dan golpes de pecho y apuñalan por la espalda.

No confío en aquellos que se asustan a la hora de señalar al culpable, si resulta que el culpable es objeto de respeto.

No confío en mi propia desconfianza, porque cada acto de mis semejantes me deja esta triste sensación de abandono, de desamparo, de que toda esa mi frustración podrá ponerme vulnerable y entonces, acabaré actuando como esos mis compatriotas, con tal de sentirme protegido entre el rebaño.

Hasta entonces, con este reducto de rabia que me dejan, sigo insistiendo en que aún hay forma de hacer algo, de que tenemos que darnos cuenta de que somos millones contra unos pocos centenares, que no hay ni habrá artimañas, leyes, censuras, castigos y venganzas que puedan detenernos…

…Sólo hasta que nos demos cuenta.

Monday, March 29, 2010

El arte al servicio de...

Practicamente desde el inicio de esta administración se vino una andanada de recortes presupuestales en materia de cultura, que no en infraestructura cultural. Todo esto en beneficio de compañías constructoras y en detrimento de los creadores.
Hubo sus necesarias excepciones; tampoco se trataba de dejar pelona la cuestión. Pero finalmente se echaron de ver esos enormes huecos dejados por el abandono de actividades de los comités consultivos, la disminución de apoyos, el receso en las ediciones estatales, los premios estatales por categoría y otras linduras de ese tipo.
Ahora se anuncian con bombo y platillo, amén del despliegue mediático promocional de un par de concursos artísticos en los que se premiará a ensayos encargados para "conmemorar" el centenario y bicentenario, ya saben, esa ofensiva campaña federal para regocijarse de algo que aún no somos.
Resulta que los apoyos a las artes están condicionados a los jilgueros del poder: te doy un premio siempre y cuando escribaspinteshagasvideo sobre lo que yo diga. Un creador con plena libertad, que escoge su tema, que lo desarrolla como se le venga en gana no puede acceder a esos apoyos.
No me olvido que los creadores en la historia siempre han trabajado a la sombra y capricho de alguien. Sus mecenas de una u otra forma influyen en su trabajo. Pero ahora ni siquiera se trata de mecenazgos, sino de viles maiceadas a los artistas. ¿Querías lana no? pues ahí está, tómala, siempre y cuando me des gusto, sigas mis indicaciones, me ayudes con tu arte a legitimar mis programas grandilocuentes y megalómanos.
No puedo alegar objetividad en esto; seguramente yo también me formaré en la fila y esperaré a que SUS jurados calificadores DECIDAN si lo escrito valida SU festejo, o por el contrario, me señalen con su dedo flamígero si me pongo crítico.

Thursday, March 11, 2010

De la acción constante allá afuera...

He vuelto a mi casi inactividad en esta zona, que desearía más nutrida de textos, dado mi presunto estatus de literato.
Pero de un tiempo a la fecha, todos mis ingresos al mundo virtual han sido enfocados principalmente a espiar la presencia-ausencia de una entidad al otro lado del mundo. Los vaivenes de mi navegar en busca de la tal sirena están pretextados por el hecho de que existe un amago de romance, que a veces siento tan seguro y otras tantas mera especulación. De cualquier manera, alguna vez llegan mensajes en los que se reitera la tal relación con cierta variación de intensidades.
Mientras tanto, allá afuera las cosas se ponen a cada tanto intensas, alegres, ajetreadas y llenas de satisfacciones.
Está, por ejemplo, el taller que en el Museo Miguel N. Lira va caminando con mejor suerte de la que esperaba mi escéptica manera de tomar los cursos. Luego está ese asunto de mi ingreso "oficial" a la nómina del municipio de Totolac, que por fin dejará de hacerme sentir un obsequiador de mi trabajo.
así que, las cosas se equilibran.
saludos al éter!!

Monday, January 25, 2010

México, creo en ti

México, creo en ti
En la patria suavidad que cantamos a coro
Aunque tus accesos a la misma sean tan ásperos.
Creo en tu afán de procurarte leyes
Y en los hombres que las cambian a cada rato, dependiendo de los intereses de grupo.
Creo en tu legalidad, siempre y cuando esta legalidad me convenga
Porque entonces diré: al diablo las instituciones.
Creo en tu sabiduría para procurarte leyes; federales, estatales, locales y comunitarias, y tu prudencia al cambiarlas cuando el pueblo protesta airadamente por su mala o nula aplicación.
Creo en tus ciudadanos, que sabios más que tus legisladores, afirman que las leyes se hacen para romperlas.
Creo entonces en tu poder de remendar las mismas, como lo demuestran una tras otra tus legislaturas sexenales, que redactan y borran a capricho párrafos enteros de la gran constitución; que merced a tanto remiendo, decreto, anexo, bises e incisos, ha acabado por perder la patria suavidad.

México, creo en ti
Por derecho propio, por tu estado de derecho, porque tengo un derecho inalienable a creer que tengo derechos.
Aunque día tras día me demuestres que tengo derecho a guardar silencio ante los atropellos, o atenerme a las consecuencias.
Creo en mi derecho a pregonar mis derechos y los de mis semejantes, en un país en donde se hace evidente que los derechos se pelean, mas no se garantizan. En un país donde se habla tanto de constitución, precisamente porque nadie parece conocerla.
Creo en el poder de tu voz para exigir tus derechos, pero también creo en el silencio sospechoso de quien debería garantizarlo. Porque al fin que el discurso es parte del derecho a la mentira que todo funcionario y legislador y gobernante y jefe y superior en rango tienen.
Luego entonces, mi raquítico derecho es a elegir entre los previamente elegidos. Y si no votas, entonces Cállate.

México, creo en ti
Porque de tanto en tanto, prevalece el sentido común de tus ciudadanos, que paralelo a leyes extrañas, a ordenanzas absurdas, a legalidad sostenida con alfileres al traje a la medida de los grupos de poder, sabe respetar las normas básicas de convivencia.
Creo entonces más en los mis semejantes, que saben que para vivir en armonía, no hacen falta tantas leyes, sino plena conciencia de paz y de respeto y de concordia y de raciocinio.

México, creo en ti
En tu naturaleza incorrupta, aunque en el camino se te peguen malas mañas.
Creo en tus esfuerzos por quitártelas de encima, siempre y cuando lo que quede de ellas alcancen a beneficiarme aunque sea un poquito.
Porque ya tranzaron, ya avanzaron, ya se sirvieron con la cuchara grande, ya vivieron el año de Hidalgo, ya hicieron su conchita, y ahora va la mía
Y la tuya, y la de todos y cada uno de tus ciudadanos.
Creo en tu incorrupta paz que se ha venido comprando con cañonazos mediáticos, con puestos de confianza, con mordidas para que me deje tranquilo el policía, con el soborno al profe para que me apruebe la materia, con la sonrisa cínica cuando me cachan ensuciando, desperdiciando, tranzando, delinquiendo.
Creo en tu capacidad de dejar de lado tan pegajosa y comodina maña. Porque creo que después de todo y después de tanto, aún se puede limpiar tu imagen de corrupción institucionalizada, siempre y cuando yo y mis semejantes dejemos de ser el estereotipo del corrupto con que te representan.

México, creo en ti
En tu uniformidad, en tu homogenidad, en tu lugar común de que todos somos iguales.
Lo creo más cuando no tengo acceso a ciertos lugares, cuando me veo en la necesidad de cierta imagen, de ciertas actitudes, de cierta presunción de superioridad económica, racial, lingüística o intelectual.
Lo creo todavía más cuando me encuentro a uno de tus hijos más desfavorecidos, cuando al compararme con aquel salgo ganando. Cuando compruebo que me has dado el chance de superarme a costa de aquel pobre infeliz, flojo, ignorante que no supo superarse o aprovechar las oportunidades como yo.
Creo en que todos somos iguales, lo creo firmemente, como creo también que hay cosas y gentes que no deberían mezclarse, porque gracias a dios, siguen existiendo las clases sociales.

Por eso mi México lindo y querido, a pesar de tus dobleces, tus discursos, tus inconsistencias, creo en ti
Creo tanto como creo, que las causas perdidas nos toca encontrarlas.
Creo en mi capacidad y la de mis hermanos y mis semejantes y mis compatriotas, para dejar esa pesada carga de lugares comunes y clichés e ideas preconcebidas, y comenzar a surgir por encima de éstas, mejorando yo como individuo, para mejorarte a ti como país, y así decir con pleno orgullo, y hasta gritar:

MÉXICO, CREO EN TI.

¿INDEPENDIENTES?


¡Qué sublime, qué magnífico, qué fenomenal! Qué portentosa originalidad ésta de arrastrar de acá para allá un fuego único, mágico, simbólico; para celebrar un acontecimiento indiscutible: ¡Somos libres desde hace doscientos años!

Necios de nosotros que aún no nos damos cuenta y seguimos creyendo que por todos lados nos tiene tomados del pescuezo. Ahorcados por las deudas, las preocupaciones, las ínfimas necesidades cotidianas que por más que intentamos solventar, nos agobian tanto por inmediatas como por su constante aumento.
Sometidos por el adiestramiento sistemático y cómplice entre un sistema educativo castrante, un muro prácticamente insalvable levantado por pantallas de artificios frívolos e innecesarios que traen aparejados los grilletes de la dependencia emocional, y un pavoroso duopolio televisivo que nos adiestra para convertirnos en babeantes consumidores y aceptadores de verdades amañadas.
Dependientes absolutos de las voluntades de un monstruo informe que decide por la muchedumbre la mejor manera de tenernos expectantes de sus ires y venires monetarios. Dependientes toxicómanos, asustados cada tanto haciendo filas para un cubrebocas inútil, una vacuna comprada a precio de miedo colectivo, pero incapaces de vacunarse contra ese virus altamente peligroso que es la ilusión de libertad que día a día nos recetan los poderes fácticos.
¿Fuego del bicentenario?
¡Que les quemen las patas a los gandallas que no quieren soltar el tesorito del poder! ¡Que ardan en los fuegos infernales los herejes que nos escamotean la libertad! ¡Que se quemen en la hoguera purificadora sus miles de palabras huecas y sus estadísticas y sus gráficos que porcentuan falamente la disminución de nuestra pobreza!
¡Que se queme todo, que se vaya al diablo, a ver si así, de una vez y por siempre, nos hacemos por fin independientes de esta pinche vida!