OCIO-CIUDADES
XII
Quienes nacemos en una ciudad, sea grande o pequeña,
urbanizada o marginal, siempre tendremos esa íntima sensación de ser hijos de
ella. Nos sentiremos orgullosos de contemplarla, de recorrerla, de vivirla. Tal
como a su vez ella podría, si así lo dispusiera un sistema citadino emocional,
enorgullecerse de cada uno de sus hijos. A una madre como ésta la podemos
presumir, alardearemos ante los hijos de otra que nuestra madre es mejor, más
pulcra, más interesante, más amorosa. Como hijos, también a veces padecemos sus
dolores, sus trasegares, sus transiciones.
Una madre como ésta, en su condición
genérica de feminidad, está sujeta al padecer, aún no resuelto por la equidad y
el género, del abuso y la alevosía de individuos que ven en ella un objeto más
para sus tropelías.
Todos sabemos de quiénes se trata, los
hemos visto a razón de trienios y sexenios volver a la carga, a la seducción
atroz, al cortejo infame del padrote en ciernes. Son ellos los que la humillan,
la seducen con el único objetivo de exprimirla, de vivir a costa de ella.
Madre coloreteada, maquillada en
exceso para venderla al mejor postor. Chichifos, tratantes de blancas que la
obligan a exhibirse impunemente en un grotesco esplendor de gallardetes,
espectaculares, tenderetes de vinil, de plástico o de papel impreso en toda la
gama de maquillajes partidistas. Le enjaretan adornos, le decoran las faldas
con olanes de promesas vacuas, la horripilan con sus rostros sonrientes. Se
pelean por decorarla, la ornamentan de mil grotescos modos, la pintarrajean, la
ponen en subasta. Cínicos mercachifles de la ilusión, abusadores del encanto
provincial de nuestra madre, proxenetas empeñados en exprimir lo más que se
pueda de su belleza intrínseca.
Pero también sabemos que se cansarán
de ella, que una vez adquiridas las ganancias,
la abandonarán a su suerte para que haga lo que pueda con sus adornos ya
inservibles, dejarán que se deslaven sus olanes de vinil y plástico, que se
achicharronen sus carteles en postes y árboles, que se agriete su maquillaje de
letreros en cientos de bardas, que se quite tanta suciedad de encima por sí
sola.
¿Y el resto? Somos los hijos
impotentes, arrinconados, amedrentados por un bombardeo visual, ensordecedor y
maniatante, que nos asegura que todo irá perfecto, que ella estará en buenas
manos, que todo lo hacen por su bien y por el nuestro. Hijos atormentados de
una madre en el borde del abismo.
Tal vez en algún momento lleguemos a
una mayoría de edad, a una madurez social que nos haga capaces, por fin, de
defenderla, de impedir que vengan nuevamente a organizar su compra-venta.
Cuando ese día llegue, habremos dado
por fin el gran salto que se esperaba de nosotros mismos para poder,
orgullosamente y con razón, celebrar nuestra
revolucionaria independencia.