El metiche de marras

Saturday, July 04, 2015

Cuando era niño I

Cuando era niño, en la casa de mi abuela no teníamos más que un radio de transistores que compró a un vendedor ambulante. Era una cajita de triplay forrada en azul con su correa, creo que habían sido como muy de moda entre los chavos hippies por el asunto de ser portátil. En ese radio mi abuela escuchaba La Poblanita, y se me quedó grabado el nombre de un locutor: Otoniel Mendoza.
Bueno, lo que quería contar es que cuando visitaba la casa de mi tío Primo, su hijo José Luis era como mi modelo a seguir. Se hacía copete, se dejaba una coleta que le llegaba a media espalda aunque el resto del cabello lo traía bien rasurado. Bueno, entonces, Armando tenía entre su costal de chácharas una grabadora en la que yo sabía que se ponían cassettes. Yo hasta entonces no había tenido oportunidad de escuchar música a mi antojo cuando y en donde quisiera. El radio era de mi abuela, ella escuchaba música regional y a mí me gustaba el rock. El caso es que le pedí prestada su grabadora a Armando y después de un rato aceptó. Salí de esa casa ya oscureciendo. Me fui caminando a mi casa con la grabadora bajo el brazo muy emocionado, sintiéndome como esos pandilleros que veía en las películas y en los videos de Video Rock, un programa del canal cinco donde conocí el heavy metal, con mi grabadora a todo volumen, agitando la cabeza mientras las luces de los postes iluminaban de manera sesgada la calle y sus banquetas. Iba jugando con los botones, abriendo y cerrando el compartimento donde se ponían los cassetes, hasta que, casi llegando a mi casa, caí en la cuenta de que no tenía ni el cable de corriente, ni cassettes ni pilas ni nada que hiciera posible escuchar música en esa grabadora. Me la habían prestado para nada. Pero aun así, seguí andando el resto del camino. Después de todo, ¡tenía para mí una grabadora! Algunas semanas después, cuando la tuve que regresar, la devolví con un botón menos, abierta, sin tornillos y con la compuerta de los cassetes quebrada. Digo, algo tuve que hacer con ella, y como no tenía manera de usarla como se debe usar, me dediqué a desbaratarla.

Thursday, May 29, 2014

¿Qué es el amor a la patria?

Hace algunas semanas me invitaron a ser jurado en un concurso de "Composición literaria sobre símbolos patrios", en el nivel de secundarias. Después de leer los textos de los alumnos participantes dí las valoraciones que se solicitaban en una lista y comparé mis conclusiones con los otros dos jurados convocados.
En el caso de "cuento", yo había escogido un texto que no tenía un solo referente histórico. Ya saben, no mencionaba el águila sobre el nopal, no hablaba de quién escribió el himno ni se ponía a hacer frases enjundiosas sobre entregar la vida por la patria. El alumno, en cambio, mencionaba un futuro donde se diluía el concepto de nación; y los habitantes, de alguna confusa manera, se sentían desprotegidos. El mismo alumno, personaje central, sentía que el haber desechado los símbolos patrios, contribuía a un estado de anarquía moral, ética e identitaria.
Me gustó ese texto por encima de otro que enlistaba, con mecánica exactitud, las historias que se aprenden en una revisión sencilla en los buscadores de internet. Mi sorpresa fue desagradable cuando, al preguntar a los otros jurados, habían puesto en último lugar mi elección y, en cambio, proponían como ganador a quien yo había dejado hasta abajo de la lista.
Por supuesto que me puse a argumentar con ellos sobre la pertinencia de darle su valor al estudiante que usaba su capacidad de reflexión sobre lo que él entendía que era su amor a la patria. Pero además, pensé preocupado en el tipo de criterio que tienen el resto de los jurados en las siguientes etapas del concurso para premiar, no lo que el alumno privilegia de su aprendizaje, sino los resultados esquemáticos de su enseñanza.
Para los otros jurados, el hecho de que el alumno de su elección priorizara los datos históricos, algunos por cierto, inexactos, era motivo suficiente para darle un primer lugar.
Para mi, en cambio, el hecho de que a un alumno no le importaran esos datos, que no los mencionara, y por lo tanto no arriesgara datos falsos, sino que en contraparte, describiera un escenario donde los ciudadanos ya no son capaces de sentirse parte de un país, de una sociedad específica y por lo tanto no se esfuercen en trabajar en bien de esa comunidad, era un proceso enorme de trabajo reflexivo y de preocupación por el estado de deterioro que presencia todos los dias en su entorno.
Ese alumno, sin duda para mi, merece ser estimulado.
Logré convencerlos, quiero pensar, o, escenario paralelo, no supieron defender su postura (ellos, maestros, sin capacidad de debate).
Pero sigo pensando en que otros jurados, en todo el país, siguen creyendo que el amor a la patria se fomenta con datos fríos, con ceremonias repetitivas, con discursos irreflexivos y con esquemas de premio-castigo si no cumplen con la norma oficial de la SEP. 

Wednesday, April 10, 2013

¿Y tú por cual votas?


OCIO-CIUDADES XII

Quienes nacemos en una ciudad, sea grande o pequeña, urbanizada o marginal, siempre tendremos esa íntima sensación de ser hijos de ella. Nos sentiremos orgullosos de contemplarla, de recorrerla, de vivirla. Tal como a su vez ella podría, si así lo dispusiera un sistema citadino emocional, enorgullecerse de cada uno de sus hijos. A una madre como ésta la podemos presumir, alardearemos ante los hijos de otra que nuestra madre es mejor, más pulcra, más interesante, más amorosa. Como hijos, también a veces padecemos sus dolores, sus trasegares, sus transiciones.
Una madre como ésta, en su condición genérica de feminidad, está sujeta al padecer, aún no resuelto por la equidad y el género, del abuso y la alevosía de individuos que ven en ella un objeto más para sus tropelías.
Todos sabemos de quiénes se trata, los hemos visto a razón de trienios y sexenios volver a la carga, a la seducción atroz, al cortejo infame del padrote en ciernes. Son ellos los que la humillan, la seducen con el único objetivo de exprimirla, de vivir a costa de ella.
Madre coloreteada, maquillada en exceso para venderla al mejor postor. Chichifos, tratantes de blancas que la obligan a exhibirse impunemente en un grotesco esplendor de gallardetes, espectaculares, tenderetes de vinil, de plástico o de papel impreso en toda la gama de maquillajes partidistas. Le enjaretan adornos, le decoran las faldas con olanes de promesas vacuas, la horripilan con sus rostros sonrientes. Se pelean por decorarla, la ornamentan de mil grotescos modos, la pintarrajean, la ponen en subasta. Cínicos mercachifles de la ilusión, abusadores del encanto provincial de nuestra madre, proxenetas empeñados en exprimir lo más que se pueda de su belleza intrínseca.
Pero también sabemos que se cansarán de ella, que una vez adquiridas las ganancias,  la abandonarán a su suerte para que haga lo que pueda con sus adornos ya inservibles, dejarán que se deslaven sus olanes de vinil y plástico, que se achicharronen sus carteles en postes y árboles, que se agriete su maquillaje de letreros en cientos de bardas, que se quite tanta suciedad de encima por sí sola.
¿Y el resto? Somos los hijos impotentes, arrinconados, amedrentados por un bombardeo visual, ensordecedor y maniatante, que nos asegura que todo irá perfecto, que ella estará en buenas manos, que todo lo hacen por su bien y por el nuestro. Hijos atormentados de una madre en el borde del abismo.
Tal vez en algún momento lleguemos a una mayoría de edad, a una madurez social que nos haga capaces, por fin, de defenderla, de impedir que vengan nuevamente a organizar su compra-venta.
Cuando ese día llegue, habremos dado por fin el gran salto que se esperaba de nosotros mismos para poder, orgullosamente y con razón, celebrar nuestra  revolucionaria independencia.

Thursday, February 28, 2013

En el límite de la resistencia existencial

Hace un año (días más, días menos), comencé una aventura que en su momento me supuso un escalón arriba. Pasé a formar parte de una administración pública con un grado que supone cierta jerarquía. Sentí un poco de temor; ya saben, los cambios suponen esfuerzos adicionales. Los amigos me alentaban, y los que me conocen y me sienten como muy capaz de más cosas de las que yo mismo me siento capaz, se alegraron sinceramente.
Pero las cosas sucedieron en una dinámica de estira y afloja. Hice algunas buenas cosas, organicé eventos interesantes, claro, con el apoyo de más personas. Pero de manera paralela, me fui inbuyendo de actividades que desde siempre me han fastidiado la tranquilidad.
La cosa se fue desgastando, o me fue desgastando a mí y a mi paciencia y a mi estabilidad emocional.
Los dos últimos eventos fueron ya el acabose de mi paciencia. Lidiar con una visión diferente de lo que yo entiendo por cultura, es cansado, sobre todo porque la parte que manda, y por ende la que paga, no estaba tan interesada en mis propuestas, sino en su visión de actividades multitudinarias enfocadas al apapacho inmediato de la gente.
Creo que en parte puede ser mi culpa. Me explico, me dejé cansar, me dejé convencer por el resto de los compañeros de trabajo que no había mucho qué hacer entre tanta indiferencia. Y sin contar con apoyo moral, sin presupuesto adecuado, sin ganas de hacer enlaces, visitas, gestiones, papeleo, labor de convencimiento, pues los resultados eran eventos pequeños, para poca gente, sin pedir nada en el departamento administrativo y sin informar acciones ni resultados más que al final de año, en una diminuta mención de actividades culturales en el segundo informe de gobierno municipal.
Bueno. Muchas veces le dije a las pocas personas con las que logré charlas intelectuales, que acabaría renunciando; aunque, como me ha sucedido en otros casos, no logro desvincularme de tajo de este empleo. Algo me retiene, es como un sabotaje (de hecho, ayer me regañaron porque, por no lograr este rompimiento saludable, ya estoy saboteando otro proyecto que realmente me emociona y que al mismo tiempo temo abordar ya con decisión).
El objeto de todo esto es dejar salir esta como frustración, es ver plasmado en la pantalla lo que no estoy escribiendo, que es la parte más visceral de mi estado laboral actual.
Quiero poder botar todo así nomás, como otros, pero no lo puedo hacer con ese desparpajo. Aún así, como hoy, me atrevo a simplemente no hacer acto de presencia en nada y dedicarme exclusivamente a mi trabajo creativo.
Este es el boceto de mi proyecto.
¿Comentarios?

Sunday, May 20, 2012

Reflexiones para jodidos


OCIOCIUDADES XXI

El decir que la vida cada vez es más cara es un tópico que ya a nadie toma por sorpresa. Es más, es el discurso común a la hora de comenzar una plática. Uno suele quejarse amargamente de que la vida es más dura que antes, de que las crisis, y las devaluaciones y los impuestos y la carestía y todo eso. Es curioso cómo a lo largo de mis años siempre he venido escuchando las mismas palabras. Pero curiosamente, la gente sigue viviendo, sigue habiendo quien ve crecer su fortuna, sigue habiendo quien se muere en la miseria. Con carestías y todo, seguimos comiendo carne los domingos, yendo al cine, comprando aparatos electrónicos, endrogándonos en las fiestas familiares, consumiendo los consumibles sociales de siempre.
Lo que debe tranquilizarnos es que el nivel de vida es idéntico, sólo varía el número de ceros que se le agregan a las cosas materiales. Antes solía frustrarme al pensar que hay gente que gana en una quincena lo que yo ganaba en un año. Pero después he venido a caer en la cuenta de que así como lo ganan lo gastan. Y no lo gastan en mejores cosas. Ellos suelen ganar, por decir veinte mil pesos, mientras que otros ganan 200. Pero lo que los equilibra es que, mientras el pobre se compra, con esos doscientos pesos, unos tenis de 180 pesos, el que gana más igual se los gasta en unos zapatos de 17 mil pesos. ¿El resultado? Ambos tienen lo mismo.
Y no es como que el zapato más caro los hace caminar mejor, ni los lleva a sitios diferentes, ni los endereza ni nada. Es sólo un par de zapatos, igual que aquel par de tenis. Que sea muchísimo más caro no significa absolutamente nada. Hay más, comer, vestirse, pasear, todo es magnificado por un ingreso más abultado, pero en esencia estamos tratando el mismo tema. Son pobres orgánicos. El hecho de percibir más dinero no los hace mejores personas. El dinero finalmente no es de ellos. Acaba diluyéndose en gastos más estratosféricos e igualmente inútiles. Uno pensaría que quizá la justificación es que de sus manos sale para repartirlo a más gente. Una especie de empleador. Pero entonces, de esa manera no es más que un engranaje, una polea que utiliza el dinero para repartirse. Y en estos casos, ser simplemente un intermediario de ese flujo monetario no tiene mérito alguno. Dedicarse a recibir, administrar y volver a repartir dinero no tiene nada de meritorio ni enorgullecedor. El pobre vive angustiado por el día a día, el rico vive estresado por su contabilidad.
¿Para qué sufrimos entonces? Los aparatos, las marcas, las “calidades”, no aportan nada en términos de existencia. Son lujos igual que son objetos, igual que tienen una sola función. Y si al final no cumplen su función primaria entonces más les valiera no existir. Si comprendiéramos eso, nos ahorraríamos tantas frustraciones y tantos afanes y tanto estrés y tanto de todo eso que es la enfermedad endémica de las ciudades.

Cantos colectivos para denostar a la mitad de la concurrencia


OCIOCIUDADES XXII

Darle gusto a la gente congregada en grandes cantidades puede parecer arduo y complicado. Pero descubrí que no. Es más difícil mantener la atención y las expectativas de un grupo escaso. Porque ahí debes estar pendiente de cada una de las inteligencias que están a tu alrededor. Estar de frente a poca gente te enfrenta a la situación de ser testigo de cada uno de sus estados de ánimo. Te das perfectamente cuenta de quién está aburrido, cansado, ansioso o indiferente. A quién le está llegando tu discurso y a quién simplemente le está valiendo un pito. Y saber eso, en el momento de tu intervención, condiciona tu desempeño. Tener a cientos de espectadores en cambio, disminuye la presión. No eres responsable de la gente ni de sus expresiones. Todo lo que debes ver es la masa. Luego entonces, sabes que la masa es mimética. La mayoría actúa no en función de sus emociones, sino en el colectivo. La risa se vuelve contagiosa, el aplauso es la réplica de los de junto. La respuesta es automática. Los que configuran la masa se ven impelidos a actuar de la misma forma que la mayoría.
Esa es la apuesta de los animadores, de los payasos, de los imitadores. De los artistas comerciales. Por eso, el hombre que firma mis cheques prefiere eventos multitudinarios que pequeñas actividades; ya que además le sirven de capital político.
Para ser honesto, no tenía nada organizado, y lo que alcanzaba a imaginar, lo desechaba de inmediato ante la perspectiva de ser interrogado sobre su pertinencia. Luego entonces, dejé que fueran contratados un par de animadores-imitadores-replicantes de la cultura de masas.
Le dio al clavo, de acuerdo a lo que él quería. Todavía no acabo de sentirme cómodo cuando presencio ese tipo de espectáculos. A mí me da por proponer imaginariamente alternativas, a partir de lo que veo e imagino cómo modificarlo.
Para comenzar, una cantante. Empatía inmediata de género. Todas las mujeres se conectan de inmediato. Luego vienen las canciones. Desmenuzo cada canción y encuentro cantidad de tópicos sexistas, pendencieros, sin propuesta pero con mucho resentimiento. Ellas las corean intercalando improperios que las señoras  celebran con risas nerviosas.  Busca en cada frase brava la complicidad de las mujeres para reírse en colectivo de los hombres. Escarneciendo sus deficiencias sexuales con sonrisas chocarreras cargadas del recuerdo propio de que así ha sido, efectivamente su íntima historia sexual y dejando salir, en carcajadas, el despecho de no haber podido evitarlo.
Cuando le toca el turno al hombre, entra en el escenario reivindicando al género ya discretamente vapuleado por la cantante de ranchero. En ese momento ellas olvidan absolutamente todo lo que pudieron haber comenzado a reflexionar, para rendirse ante la imagen del macho en medio de las cientos de hembras potencialmente rivales. Es un juego primitivo. Ahora él es dueño de sus voluntades, y no importará que pueda ser un mal amante, que tenga el miembro del tamaño de un dedo menique, que sea una rata de dos patas, que sea el inútil, rastrero, ponzoñoso sujeto que hace media hora estaban dispuestas a despreciar. El remedo del artista que quisieran que hubiera sido, se deja trasegar visualmente, disfrutando de su posición de unitario objeto del deseo de miles. Sabiendo de antemano que ninguna hará algo mas allá de lo que su forzada libertad momentánea le permita hacer, y que así le evita el asco de sentirse besado por una mujer de más de setenta años que con todo y bastón se deja llegar hasta el centro de la pista para ser la envidia de las mujeres jóvenes que, aunque quisieran atreverse, la presencia de sus hijos y el marido todavía las intimida.
Ambas expresiones son válvulas de escape para la cotidianidad de cada una de ellas. Y así concebida la cuestión, todos pueden darse por bien servidos, sabiendo que aquí nada pasó, que todo regresará a la normalidad y que la siguiente vez, quizá lleguen más mujeres, más regalos, más canciones pendencieras y más esperanzas de que la vida siga el cauce que ya le marcaron para evitarse sobresaltos existenciales.

Tuesday, May 15, 2012

Risas de ciegos


Fuimos a una función de teatro que era un circo para ciegos, en la que sólo dos asistentes eran realmente ciegos y uno de ellos era parte del staff. Una función interesante por varias razones: fue contratada para saborear a una treintena de facilitadores de salas de lectura. Gente presumiblemente más sensibilizada en esto de la apreciación de las artes.
Disfruté mucho de la función desde el primer momento, cuando nos hicieron ponernos antifaces que nos hicieran “ver” el mundo como lo “ven” los ciegos. Ser ciego y guía de ciego es un asunto de confianza. Se debe confiar plenamente en quien nos va llevando por todo el camino, no desviarse, no intentar pasos fuera del sendero que va trazando quien va adelante. Ir más atento a las señales que mandan los otros sentidos. Lo que se escucha, lo que se toca, lo que se huele. Y sobre todo, lo que a partir de la información proporcionada por esos sentidos, la mente construye en imágenes y que conforman el fuerte de esa experiencia.
De manera similar, es así como funciona la lectura. Uno construye los escenarios en la mente partiendo simplemente de la página de un libro. Esta tarde tuve la lectura sin libro de una estupenda escena llena de trastos, un payaso alcohólico, un hombre fuerte prisionero de su propio circo y debilitado por el recuerdo de un amor perdido, de casetas rodantes habitación de cirqueros, de botellas rotas de cerveza, de vomitadas escandalosas, un huérfano trapecista que corría de acá para allá en su afán de escapar de todo lo que lo lastima, de trajines acelerados en la preparación de las funciones, del incendio, de la ambulancia con aspecto de carroza fúnebre blanco escarapelado. “Ví” sin ver, y de acuerdo a mis propios clichés, una película de aquellos tiempos en que el melodrama adquirió la marca de la casa, la denominación de origen, la definición por antonomasia de lo que un melodrama debe ser.
 Para bien o para mal. La época de oro del cine mexicano dictó, nos marcó indeleblemente  sobre el concepto del melodrama mexicano. Quizá la expresión que más sinceridad y autenticidad quiso otorgar a su forma de narrar e involucrar al espectador. Sus formas de verbalizar la vida, su tono trágico, las voces, los acentos, ciertas frases, ciertos tópicos. Por más que las telenovelas han hecho su aporte hasta el ridículo, no hemos podido sacudirnos esa forma de melodrama. Todo el tiempo tuve la profunda sensación de que Pedro Infante rondaba el escenario.
Y, amparado en la artificial ceguera del resto de los asistentes, me permití alguna que otra lágrima, pues qué caray. Y habría esperado una actitud similar de los demás, por lo que me acabó molestando que en su lugar, hubiera tantos cuchicheos, tantas risas, tanto trasegar en los asientos.
Es interesante comprobar que muchas de las risas que proferimos son fuera de lugar. El día anterior, domingo, en otro ejercicio colectivo que trataba de observar a la gente en su contexto cotidiano para tratar de sacar en claro su estrato social y los clichés a los que está obligado a responder, los compañeros se pusieron a bailar en grupo. Hubo el típico desinhibido que acaba exagerando su libertad de acción, el que se champla con cara dura y pretende enojarse si lo interrumpen en su profunda contemplación de la escena, la que observa con mirada ansiosa y suplicante que alguien sea lo suficientemente insistente para soportar dos minutos de negativas sin desanimarse, para luego bailar y bailar. Aquellas que, al amparo de la bola, bailan a sabiendas de que carecen de estilo y gracia y que, para sacudirse la sensación de ridículo exageran sus malos pasos y ríen a carcajadas. Aquellas que aplauden marcando el ritmo porque saben que sus pies no lo harían ni de chiripa, los que, también carcajada en ristre y en rostro, huyen y cometen torpezas a propósito cuando la compañera, envalentonada, intenta sacar a bailar. El asunto es que en grupo muchos nos atrevemos a hacer cosas que en solitario no haríamos. La camada estimula la complicidad. Y esa complicidad disculpa las extravagancias, los exabruptos y las actitudes inverosímiles. Libera mucho de la fuerte sensación de ridículo que nos agobia y que nos impide, en otros contextos, actuar con tanta desinhibición. Y la marca más fehaciente de que estamos en situación de ridículo es la abundancia de risas sonoras, sonrisas duras y carcajadas batientes. En general son risas nerviosas, risas válvula de escape. Risas que, como en la función de ciegos, escuché a cada rato sustituyendo el silencio a que obligaba la circunstancia. Esas risas eran detonadas cuando ocurría, dentro de la obra, un accidente, un intercambio de historias desgarradoras; cuando al protagonista de once años lo azota el payaso alcohólico, cuando “campanita”, la enana enamorada de “Titán”, el forzudo del circo y dueño del mismo, es rechazada por él. Todos esos momentos que alguien sensibilizado e inmerso en el melodrama se deja simplemente disolver en lágrimas. Aquí evitaron llorar riendo compulsivamente. Es, por cierto, otro de los clichés que hemos adquirido en la entronización del melodrama como mexicanos. 

Tuesday, May 01, 2012

presuntuosos aforismos

No es que quiera entrar o salir de algún lado; lo que quiero es que las puertas siempre estén abiertas

Por andar metiéndome donde no me llaman, desoigo los llamados de quien debo escuchar.


Casi siempre estoy seguro de lo que quiero. Lo malo es que casi nunca sé cómo va a resultar. Y es ahí donde siempre comienzan mis problemas.


¡Sólo la ignorancia podría justificar tanta insolencia!


Sabiendo lo que no debemos hacer, es sorprendente comprobar la cantidad de cosas que sí podemos hacer.


Tanta historia, tantas tendencias, tanto de dónde nutrir imágenes y referencias, me han vuelto desconfiado.
Ya no soy nadie más que yo mismo.





De un tiempo a esta parte de mi vida, la misma da vuelcos perturbadores. He probado suerte en cantidad de cosas que desde afuera parecen grandes logros, pero continuamente yo mismo los siento como retrocesos o como lastres. Acabo siendo maestro, funcionario, clasemediero afanador doméstico, gestor de actividades que no son las que desearía gestionar.
Y todo esto ¿a qué me lleva? las más de las veces me siento frustrado. He de reconocer que mucho de mi descontento es contra mí mismo, porque a estas alturas todavía no aprendo a reconocer los puntos flacos de mis gestiones, y por lo mismo no puedo resolverlos.
Otra de las cosas que me tienen ofuscado es esta manía de navegar sin sentido por esos recurrentes sitios que se han vuelto acaparadores de la atención de millones y millones.
Hay tanto aquí adentro, como cuando discurseaba que hay tanto allá afuera, que uno se siente perdido y acaba por regresar a este ridículamente pequeño nido.
Y aquí anidados, se nos acumula la mierda, el olor del orín, las virutas de nuestra degluciones, los desperdicios de nuestros resabios, las babas de nuestras vociferaciones.
Justo ahora veo lo obvio: hay que salir y dejar que esto se airee un poco, hay que sacudirse esta mugre para regresar refrescados.
Por eso, todos los activistas de pantalla no logran lo que tanto discursean: aquí adentro no hay nada más que hacer. todo el trabajo está allá afuera.
Ya me voy.
Sacudiré un poco la porquería y después regreso a consignar lo hecho.