aquí coloco una serie de textos que por una u otra cosa no había colgado en las semanas anteriores. algunas ya tienen sus buenos quince días, otras un poco menos de cinco.
van:
DE AMISTADES VIRTUALES
El celular es la piedra angular de la época actual. Como lo fue en otros tiempos el sombrero de copa, o el caballo. Todo el mundo debía tener uno, y una vez tenido, debía procurarse que éste fuera mejor que aquel, con más alzada o un mejor material hasta llegar a los accesorios, la pluma, el listón, las jaretas, los aparejos, todo lo ostentoso que se pudiera para diferenciarse de los demás.
No poseerlos equivalía a dejar de ser, a perderse entre la pelusa, a ser un jodido miserable indigno de codearse con la gente. O ya en un plano menos dramático, a no tener amigos del rango social pretendido. Bueno. A los adolescentes si debe parecerles un drama, y hasta una tragedia. He visto casos de pérdida de la dignidad con tal de que papá les compre el modelo 4500 o el blackberry más actualizado. He sabido de robos, de intercambios sexuales, de chantajes, con tal de comprarse uno.
Tener un celular ahora es tener al alcance de la tecla y la pantalla a más amigos, con los cuales se cultivan las sutilezas del lenguaje, cada vez más reducido por cierto. Pero si el amigo X no tiene celular, entonces no es más mi amigo. Porque ahora los amigos deben ser virtuales. Las redes sociales, los mensajes de texto, los regalitos vía bluetooth e infrarrojo son la forma y el fondo. No más.
DE CANCIONES SUBESTIMADAS
¿Qué habría pasado si esos éxitos que ahora se escuchan a cada rato hubieran pegado en el momento de su lanzamiento? Casos como el de “Cuando mueres por alguien”, de Erick Rubín, “Sé como duele” de Karina, o “Tu mamá no me quiere”, de Vago, son amargas ironías del destino que corren ciertas canciones, infravaloradas en su momento pero rescatadas por los escuchas tardíos. Un caso mucho más emblemático lo es “Las manos quietas” o aquella de Vico C, “Me acuerdo”. Aquí no caben los artistas de one hit wonder, como el caso de Nigga, hablo de que las canciones han atravesado por un proceso de ninguneo para después formar parte de los clásicos de siempre, como pulidas por el viento, rescatadas por una memoria colectiva que nos lleva de la mano entre la nostalgia y el sedimento del aparato promocional.
El actual sistema de promoción de las modas, y sobre todo la inmediata difusión global que proporciona el internet, de haber estado en su apogeo en el tiempo de las ya citadas canciones, probablemente habría ayudado a su difusión.
A lo mejor no, o me equivoque, el caso es que tantas canciones que han sido rescatadas secretamente para ser puestas en escena como excelentes, de haber sido valoradas en su tiempo, habrían salvado a nuestros oídos de esperpentos como Nicho Hinojosa o toda esa andanada de grupetes seudo tropicales o de banda o de esa absurdez llamada pasito duranguense. Habríamos evitado que la prefabricación y plasticidad avasallara a toda una generación clavada en RBD, en Nigga o en Daddy Yankee.
Porque, aceptémoslo, los momentos cumbre de ciertos personajes, no significan nada una vez pasado su tiempo. Y creo que ese es el verdadero problema. Son tan sobreexpuestos, tan saturados, que acaban por desvanecerlos y dejar al descubierto su real y verdadera motivación: el negocio. Atosigan al personal tanto que olvidarlos supone un alivio por las siguientes décadas. El problema radica en que mientras dura su momento se hinchan de lana y los que la pagan son los fans. Lana que podía haber sido mejor invertida, por cierto.
Así que todo es por lana, no por arte ni por creatividad, es lana. Si en general comprendiéramos eso nos evitaríamos escenas absurdas como las colas de autógrafos, las histerias colectivas ante el guapo o la preciosa, las modas emergentes y los discursos ridículos.
Bueno, si el verdadero talento existe, las escenas mencionadas se repetirán, no por semanas o meses, sino por años y hasta décadas. Casos sobran. Están ahí, si no, al tiempo.
DE MOTIVOS MEZQUINOS
Pepe es un tipazo. Es la clase de sujeto que a veces me gustaría ser. Desde que lo conozco trae el mismo celular. Todo remendado y con algunas cuarteadoras en la carcasa. Lo he visto pasar por diferentes trabajos que otros se empeñarían en revestir de cierto porte o imagen más corporativa. Pero él sigue en la facha, con las mismas barbas desordenadas, las mismas botas raspadas, las mismas camisas de cuadros que a veces me hacen imaginarlo en plena época grunge. El caso no tiene que ver con la imagen. La menciono por ser la más evidente. Y porque todo en este sistema de cosas acaba remitiéndose a eso. Me cae muy bien porque tiende a querer hacerlo todo, pero sin imponer criterios. Es todo lo trabajador y responsable que yo no soy. Coordina eventos, escribe mucho y sustenta bien, opina con conocimiento de causa, desmenuza las acciones de tal o cual político comprendiendo la oculta naturaleza de sus actos. En fin. Tiene todas las luces encendidas.
Por mi parte, descubro que mi sentido de la justicia social está permeada de rencores y envidia. Yo opino en base a mi comprensión inmediata y medio razonada de las circunstancias. Pero opino acerca del consumo en la medida en que yo no tengo la misma capacidad de consumir que aquellos a los que critico.
Cuando era niño e iba a los rosarios del mes de María en la capilla de mi barrio. Miraba el enjambre de mocosos y mocosas que se arremolinaban en la fila para las galletas y los dulces y los pasteles con un desenfado del que yo no era capaz. Y eso me enojaba mucho. Tendía a acusarlos ante las rezanderas pero secretamente yo quería actuar con el mismo desparpajo. Ahora, cuando veo el culto al celular que tienen los chavitos de secundaria la amargura del resentimiento me hace cuestionar su excesivo interés por el aparato y sus múltiples aplicaciones, entre las que siempre queda en último lugar la de hablar. Pero me gustaría tener ese o aquel celular; que no compro porque no me alcanza, y si me alcanzara no podría después dejar de pensar que es un despilfarro y que ese dinero podría haberse usado para algo más provechoso. Y así es como comienzan todas mis reflexiones cuando de dinero se trata. Por eso, cuando veo los dispendios de los políticos, inicialmente me gustaría haberlos saboreado para después pensar en la distribución equitativa de la riqueza.
Ya descubiertas las motivaciones secretas, pienso en otros personajes importantes de la resistencia y me pregunto en qué medida actuarán motivados por ese mismo rencor y envidia.
A veces se utiliza la frase “el fin justifica los medios”. Y creo que si el fin o el resultado es suficientemente justo, aunque las motivaciones sean mezquinas bien vale la pena continuar. Porque desde el otro lado, también se ha actuado así como en los días del rosario. A algunos les vale madre portarse mal si así agandallan, mientras que otros se contienen por decoro aunque ganas no les falten. Ajá, entonces, habría que impulsar más ese sentido ya cada vez más deshilachado del decoro.
DE TENENCIAS E INERCIAS
La preocupación de ciertos personajes gubernamentales en torno a la eliminación de la tenencia pone de manifiesto su forma de hacer política. La mayoría de ellos como promesas de campaña, o como intención electoral seguramente había pensado en esa misma opción: eliminar la inconstitucional tenencia. Pero una vez instalados en sus cómodos y lucrativos puestos, no se asumen capaces de otra opción más que esperar pasivamente el flujo de recursos de la federación. Y entonces, agarraditos del pescuezo por parte de Hacienda, se estremecen de pavor ante la inminente reducción del presupuesto en caso de la mencionada eliminación. Con esa actitud comodina validan lo que en otros momentos censuran. Existen otras propuestas, que no se dignan tomar en cuenta porque por ahí no va la cosa. Aceptémoslo: todo político hace carrera en función de su salario: buscan tal o cual puesto PRINCIPALMENTE porque ofrece un ingreso irresistible. De ahí que es inadmisible considerar que para suplir los fondos mermados se recurra a la reducción de nóminas, salarios, puestos inútiles y todo ese aparato burocrático que obstaculiza en lugar de ayudar al buen funcionamiento de los estados. Tan sencillo que sería hacerlo y tan provechoso para todos. Pero no se hace porque supone estremecer todo el sistema. Y como estamos en que para qué le movemos, mejor remendamos.
Este punto resulta revelador de las formas de gobierno en todos los niveles. Tomemos por ejemplo el caso ambiental. Todos sabemos cual es el problema. Todos intuimos cual es la solución. Luego entonces ¿Por qué no actuamos? En parte es la inercia, la comodidad de los beneficios inmediatos y que por estar ya encaminados suponen poco esfuerzo. La otra parte es la reticencia de los beneficiarios a comenzar desde abajo a construir otras formas, aunque ya las conozcan. Puestos a pensar en el tiempo que toma revertir los procesos, aquellos seguramente acaban por aplicar la frase: “Que lo hagan otros, al fin que yo ya voy de salida”.
DE ORGULLOS LASTIMADOS
En las presentaciones de libros siempre experimento sentimientos encontrados. El de Ramón me gustó sencillamente porque se me hizo poner un video de Silencer, y porque las caras de los asistentes fueron las que yo esperaba. Vendí pocos libros, bueno, digamos que eso no fue tan relevante en ese momento. No agradecí a nadie, no hice una lista de personalidades a quienes besarles el culo y nisiquiera a la directora del museo mencioné; aunque después me sentí mortificado.
Hoy fui a una presentación de libro. De entrada la moderadora leyó y leyó los curriculums de los de la mesa. Enlistó a casi todos los presentes con sus respectivos Licenciado, doctor, arquitecto, director de, catedrático de, profesor de, y toda esa sarta de títulos nobiliarios. Sentí un poco de despecho porque entre uno y otro mencionó al poeta tal y el escritor tal… y yo no figuré en su lista.
Luego el panelista mayor, que era el poeta master leyó un que otro trabajo de la autora y casi me convenció de que era buena su literatura, así de bien dramatizó los poemas. Pero luego la autora leyó su propio trabajo y el encanto se me desmoronó. Hasta sus propios trabajos los pronunció mal. Bueno.
Una vez terminada la jornada de los consabidos parabienes y apapachos y felicitaciones; todo sonrisas, y caras de circunstancia, las flores de ida y venida, los elogios desparramados a diestra y siniestra, la cola para los autógrafos se me hizo hasta ofensiva.
El brindis fue una pasarela: el de aquí tiene contactos con los de allá. Aquel puede conectarte con tal funcionario federal. Esa otra conoce a fufito de la fafafa que te puede apoyar en… Una personita ganadora de varios premios andaba de aquí para allá repartiendo tarjetas, ese otro estaba palmeando la espalda de cierto pesado personaje con influencias.
Carajo, a veces me dan ganas de ser un poco menos intolerante y lamerles el culo a esa bola de funcionarios y pretensiosos que están dispuestos a comprar y salir en la foto y escucharse mencionados en los corrillos culturales aunque en realidad les importe un pito el tema o lo aborden por el lado frívolo.
La autora es una amiga de hace tiempo. Se me ocurrió ofrecerle un trueque. “No traigo dinero pero traigo mi libro, te lo cambio por el tuyo”. Pero me quedé sentado en la mesa con mis libros desplegados mientras aquella se tomaba la foto, firmaba libros, sonreía a los trajeados que le pedían el autógrafo… y mientras yo, a un lado, luego más allá, luego… de plano agarré mis libros, los guardé en la mochila y me salí sin despedirme.
Soy un poco arrebatado. Me sentí ofendido, ignorado, menospreciado. Puede ser un arranque estúpido, lo sé, pero para cuando me cayó el veinte ya estaba caminando entre las mesas de comensales en el portal grande.
En realidad estaba contento por ella, porque escribe, y porque publica, y porque la conozco más o menos desde que se inició en la literatura. Y porque, si bien no me hace alucinar su trabajo, reconozco que si es premiado es por algo.
Puede que sea el típico celo de artista, puede que sea el hecho de que no me atendió como esperaba. Puede que sea el que yo nunca tengo la cola de gente comprando mi trabajo. Pueden ser tantas cosas, que no sé cual de todas sea la más relevante, o quizá ninguna.
Y luego estoy aquí, escribiendo esto sin saber a donde acabará ni qué objetivo más o menos oculto me lleva a seguir.
El colmo es que llegando a casa Ángel me pide cuentas de cosas que en las dos semanas anteriores se me ha olvidado apuntar. Ella se fastidia pronto y me deja con las explicaciones a medias y la frustración completa.
Carajo. Ahora hasta lavarme los dientes me tiene en ascuas, no sea que el cepillo me juegue una broma pendeja y acabe con la boca sangrante.
Que noche tan incómoda me espera.
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2 comments:
Qué onda Alejandro!
Oye pues me gustaron mucho tus reflexiones... mucho análisis social (sociológico he de decir) y además muy entretenida la forma de plasmarlo en las letras.
Seguimos en contacto!!
Kika la de Chihuahua.
Post larguito, como me gustan.
Y me gusta más cómo me muestras la Tlaxcala que echo de menos más de lo que suponía.
Un abrazote.
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