Hace unos años, cuando mi editor se engolosinó mandando mis cuentos por internet a cuanto sitio consideraba propicio, recibió un correo muy curioso: se trataba de un Alejandro Ipatzi avecindado en Acapulco y que reclamaba la exclusividad y privacidad de su nombre. Le reclamó en fuertes términos la usurpación de personalidad y casi amenazaba con proceder legalmente. Marco, mi editor y amigo, creyendo que era una broma mía me reenvió el correo en cuestión y reclamó mi manía a abrir correos en cuanto servidor encontraba. Yo, que por supuesto no era el autor de dicho mensaje, lleno de inceretidumbre y un calambrito de morbo, le escribí (¿me escribí?) a ese alejandro ipatzi que tan costeño andaba, pidiéndole explicaciones y reclamando, a mi vez, la exclusividad del nombre, que hasta entonces consideraba único, o sea, no tan común, sobre todo por el apellido (exceptuando Oxnard, California, que por cierto hierve de Ipatzis, gracias a una rama familiar que emigró hace algunas décadas; pero eso es otra historia que luego contaré). El caso es que aquel otro yo que no era yo, contestó que el único Alejandro Ipatzi de México era él... Bueno, Gonzalo Alejandro. Algunos mensajes después todo se acomodó: resulta que su abuelo era originario de Chiautempan (de ahí surgimos, a menos que los tátara tátara tátara abuelos hayan llegado de otra parte), y que se fue a radicar a guerrero y... bueno, el desenlace es obvio.
Pues resulta que ayer, hurgando por esta telaraña virtual me volví a encontrar a otro Alejandro Ipatzi. Éste es autor de cierto artículo publicado en cierta revista cuyo jefe de redacción es un cierto conocido mío (saludos YZM). Todo se me cuatrapea en estos ires y venires. comento a grandes rasgos: hace unas semanas me fuí de turismo ramplón a la cumbre del Tajín (de eso habla el artículo), vi las cosas que aparecen descritas en ese artículo, incluso hasta coincido en algunos puntos con ese artículo. Pero señores, les juro que ese artículo no lo escribí yo. A menos, claro, que en alguno de mis recurridísimos lapsus lo haya hecho y enviado y convenido precio y todo eso.
Pero, bueno, algo hay de bueno: por fin mi nombre aparece precediendo un artículo en la revista de marras.
Además, resulta halagador que mi nombre (aunque resulte ser otro Alejandro Ipatzi en territorio mexicano), se comente hasta en otro blog, que es de donde tomo el siguiente vínculo, para deleite y suspicacia de quien quiera leerlo.
el linck: http://tragedias.lacoctelera.net/post/2009/06/01/ambar-falso
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2 comments:
Puff aterrador. Haz leído el hombre duplicado de Saramago? igualito pero diferente.
Saludines
hace unos años, antes de tener siquiera un blog, por puro ocio se me ocurrió teclear "Marisol Vera" en el buscador. Y apareció una nota que iniciaba, "A las ocho de la mañana de ayer, un gásfiter limpiaba con una manguera el sitio en que cayó muerta la joven Marisol Vera...", leyendo más, me entero que se trata de una activista chilena asesinada en el marco de la protesta nacional en el 85. Veo más adelante, y hay otra Marisol Vera Marisol Vera, fundadora de una editorial que nació "con el fin de canalizar la resistencia intelectual que estaban haciendo un grupo de mujeres ante la dictadura", en Chile, otra vez. Comencé a pensar en la forma en que pueden enlazarse los nombres con el destino. He traído desde entonces la intención de escribir un artículo sobre mis homónimos. Ayer escribí en el face "qué haces cuando un fantasma se roba tu nombre", porque así me sentí unas horas antes, en el centro de Tampico, luego de que un tipo vilmente me asaltó a unas cuadras de la plaza de armas, mientras iba con mi bebé.
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