Con un tope hemos topado, Pancho
Uno va tranquilamente por cierta calle. De improviso siente el golpe del neumático con un elemento prácticamente inherente al camino: un tope. Los topes son una especie en vías de expansión. A los caminos les nacen topes como a los adolescentes barros. ¿Será porque, según nuestras autoridades, finalmente estamos alcanzando la madurez en materia de comunicaciones? Así, el tope-barro de nuestra joven ciudad surgirá donde uno menos se lo espera. Pueden maquillarse calles, avenidas y callejones, pueden ser desazolvados, emparejados, renovados. Todo irá bien hasta que los vecinos, casi de manera automática, decidan que los constructores olvidaron algo: ya está, es el tope.
El tope es emblemático de México. No he sabido de otros lugares donde se le tenga tanta devoción al tope. Y como en todos los casos, no hay un tope igual a otro. Los hay suavecitos, deslizantes; los hay bruscos, repentinos. Los hay similares a guarniciones o a trincheras. Dependiendo de la zona, los habrá también de materiales diferentes. Me ha tocado encontrar topes que en una primera etapa eran castillos de armex. Simplemente fueron recostados y como para disimular su primigenio origen, se les puso una embarrada de mezcla y ya, a detener vehículos. Los hay de tepetate, de chapopote, de cemento; incluso de madera, habiendo sido anteriormente postes derribados.
Los topes también han llegado a ser objeto de mimos. He visto ramitos de flores, crucecitas, peluchitos y otros ornamentos para disimularlo o acentuarlo. Al tope se le pinta, se le decora, se le agradece su abnegación a la hora de defender las vidas de borrachines oscilantes, niños imprudentes, señoras apresuradas canasta en mano, ciclistas y peatones que deciden que la banqueta es demasiado estrecha para transitar por ella.
El tope es una manifestación de rencor, una pequeña venganza ante aquel que puede darse el lujo de tener vehículo; así sea una discreta carcachita. El tope es tan imprescindible en la psique citadina que no importará que la calle esté acribillada de baches, o deformada en su empedrado levantado, y menos aún que ofrezca una curvatura de imposible tránsito.
El tope es la panacea de la incultura vial. Cumplir con los señalamientos de tránsito, responsabilizarse de la obligación peatonal queda así descartado de antemano. Por lo tanto, evitemos tanto gasto superfluo de las autoridades federales, estatales y municipales en materia de vialidad, eliminemos semáforos, franjas peatonales, señalamientos preventivos y restrictivos. Devolvámosle a las aplanadas calles su configuración original toda llena de altibajos. Llenémoslas de topes. Sólo así y de esta manera quedaremos satisfechos con la imagen urbana que tanto nos han querido forjar. Démosle al tope el estatus que por pura multiplicación merece y dejemos de construirlos al amparo de la noche.
Tuesday, June 15, 2010
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