IFC es la segunda de mis amistades que visita el tiradero que aún no termina de convertirse en mi acogedora casa. Bueno, ya antes vino un cierto maestro de música a arrear con los herrajes de una batería que rodaba de acá para allá sin beneficio musical alguno.
Estuvimos charlando un breve espacio de tiempo en los que hablamos un poco sobre literatura, sobre los libros que hemos leido, sobre los escritores y poetas que conocí en Monterrey, sobre ciertos literatos locales, sobre escritores underground y sus fervientes séquitos de fans y acabó por decirme que por eso casi no le gusta convivir con literatos, inevitablemente se habla de literaturaÑ y en su concepción (que a veces también es la mía) es como de mucha hueva estar reflexionando sobre el oficio.
Me imagino a un obrero llegando a su casa, después de siete ensordecedoras horas en la nave de la fábrica, y ponerse a hacer ruido de motores y traillas y sopletes y martillazos ante su mujer e hijos. Como que la cosa no es para tanto. Así pues, este amigo literato no quiere hablar de literatura ante otros literatos. Lo comprendo.
Hablamos, pues, de cine, y finalmente concluimos con que el cine es mejor mirarlo y no comentarlo, así que simplemente rescatamos los cupones de descuento que ya antes habían ido a parar a la basura, y que gracias a la prolongación del plazo de vencimiento, nos evitaríamos gastar mucho.
La película estuvo buena, aunque inevitablemente me hizo caer en la cuenta de que yo podría ser un poco reaccionario, que tiendo a entronizar a ciertos personajes hasta el punto de sentirme incómodo cuando los veo redimensionados a un papel más humano, más mortal, más con los defectos que caracterizan a la especie y menos como el extraordinario personaje que me gustaría que siguiera siendo. Ya antes me había pasado con Sherlock Holmes, y ahora lo confirmo con Hidalgo.
Luego entonces, y esto es parte de lo que conversé con IFC, me surge recurrente la pregunta: ¿en qué momento dejamos de ser como éramos hace diez años? Todo este enfriamiento, esa concienzudo desmenuzamiento de las situaciones que antes eran simplemente espontáneas, quizá auténticas y bien intencionadas, ahora se llevan entre las patas a esta generación que ya nos llama “señor”, y no “carnal”.
Así y todo, seguimos siendo jóvenes, seguimos siendo los que éramos, simplemente es que hemos aprendido un poco más del mundo.
Eso es lo que espero, o ya me chingué.
(Y nos hemos chingado tantos…)
Monday, September 20, 2010
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