Los niveles de inescrupulosidad de los personajes públicos han alcanzado cotas imposibles. Sí, ya todos sabemos lo desgraciados que son ciertos personajes públicos. Ya sabemos que roban, que mandan a silenciar a sus detractores, que se saltan las trancas de la justicia, que se pitorrean de las leyes, al fin que no se han escrito aún aquellas que les hagan pagar sus fechorías. Ya sabemos todo eso. Pero entonces, si todos lo sabemos, ¿por qué seguimos permitiendo que estos individuos sigan accediendo a los lugares desde donde medran? Mucho influye nuestra dejadez. Mucho nuestro condicionamiento de años y años sistemáticos. Mucho nuestra imposibilidad de contemplar un panorama diferente.
Ya la vieja fábula del cascabel al gato no funciona. Porque todos son tan valentones que le han colgado el cascabel más de una vez. Pero entonces ¿Por qué el gato sigue cometiendo tanta tropelía? Porque de tanto cascabel, nosotros los ratones ya lo consideramos parte natural de su organismo. Y por más escándalo que hagan sus cascabeles, no nos ponemos a resguardo.
Ya la gente sabe, la gente investiga, los medios alternativos nos dan las pruebas, wikileaks nos desmenuza políticas podridas. Y sin embargo no hemos modificado nuestra actitud. Seguimos aportando generaciones de incautos a las filas del sistema corrompido, juventudes afiliadas en masa a viejos partidos, replicando el ejercicio democrático falaz de votar por el diferente color de nuestro yugo.
Ya hemos colgado al gato todos los cascabeles de que disponíamos, y aún así sigue causando estragos entre la población de ratones. El problema no es la cantidad de cascabeles que al gato le hemos colgado. Somos los ratones que nos hemos acostumbrado al tintineo de los cascabeles. Por eso ya no reaccionamos. El gato mientras tanto, ha adquirido un cinismo atroz, pues sabe que con todo y el escándalo que genera su presencia, puede actuar libremente.
Hace falta ahora un recurso más drástico: limarle los dientes, cortarle las uñas.
Y no podemos confiar en nuestros iniciales emisarios. Aquellos que fueron enviados a ponerle el cascabel acabaron por formar parte de su pandilla. Y ahora hay que cuidarse también de ellos. Y esos son los peores, porque andan por el nido con toda su pinta de ratones pero convencidos en que llegarán a convertirse en gatos. Y quizá lo sean, pero en el sentido que le damos a ser gato. Son los gatos del sistema, que con tal de ser, atormentan a sus congéneres: nosotros los ratones comunes. Ahora se requiere una nueva camada de ratones con más valor; ya no paro colgar el cascabel, sino decididos y equipados y respaldados para arrancarle las uñas y los colmillos a ese gato voraz que es el sistema y su política y su economía mundial y su herramienta de corrupción institucionalizada.
¿Quién entonces, será el primer ratón armado para desarmar al gato?
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