El metiche de marras

Wednesday, September 03, 2008

¿Cuánto cuesta tu trabajo?

Cuando usted sale de la oficina, del taller, de la sala de juntas, de su lugar de trabajo pues, y decide que es hora de un cafecito, un helado, una botana o un tentempié, de estar en amena charla con los amigos, con las amigas, con los curiosos que pasan a su lado porque la mesita está al aire libre, y de repente se le aparecen artesanos, bordadoras, labradoras de madera, músicos de banqueta, pedigüeños y niños vendedores de chicles, ¿Cómo los recibe? Les compra algo, los aparta amablemente, les dice no gracias, ahorita no, los mira de arriba abajo y no dice nada, o de plano, como pude ver anoche al pasar por el portal grande, Los corre sistemáticamente como quien se aparta las moscas del pastel y luego profiere en voz alta mirando hacia su interlocutor pero dirigiéndose a la persona que acaba de ofrecerle su producto. No les des nada, no les compres nada, que trabajen, ya no les fomentes la vagancia.
¿Usted suele reaccionar así? Bueno. ¿Se ha preguntado cuales son las opciones de trabajo de esas personas? ¿Ha pensado realmente si se dedican a eso por falta de opciones o por decisión propia? Y en última instancia, ¿qué nos autoriza a menospreciar el trabajo de los demás?. Porque vale tanto el esfuerzo que realizan unos en las oficinas que otros en los talleres. Unos ante una computadora y otros con la aguja y el hilo. Unos ante el teléfono y otros con la gubia labrando escenas en un trozo de madera.
Cada Trabajo, por pequeño que sea, es una opción válida de vida y de identidad que intenta, en la medida de las circunstancias, insertar a su ejecutor a la dinámica social que le toca vivir. Curiosamente a nadie se le ocurre cuestionar objetos de origen idéntico siempre y cuando los vean en los escaparates. Entonces sí, sin chistar, el consumidor adquiere el objeto exótico a un precio 300 veces superior al que le fue adquirido por el artesano inicial.
Les juro que esas personas no tienen roña, yo he sido muchas veces parte de ese contingente. Les juro que si por ellos fuera, pondrían sus artesanías en un aparador bonito para que vinieran los turistas y los llevaran a sus lugares de origen a presumir a sus amigos lo adquirido en un pueblito llamada Tlaxcala.
Pero no les queda y no les dan opción más que hacerlo de esa manera.
Y si no nos interesa comprar, por lo menos no los menospreciemos.
No se vale.

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