El metiche de marras

Tuesday, July 10, 2007

De acosadores y otros fantasmas

Se me volvió a aparecer un sujeto que desde hace años es motivo de una ambivalente sensación de inquietud.
Este muchacho en su no muy lejana niñez era un cerebrito capaz de resolver complicadas ecuaciones a puro golpe de ceja. Incluso en la secundaria estuvo becado, y hasta donde alcanzo, en la prepa recibió un estímulo para saltar antes de tiempo a una universidad como prominente matemático.
Pero algo pasó en el camino que hizo que aquel se desentendiera de casi todo lo que es vital socialmente. Reprobó materias, se peleó con sus padres, lo expulsaron de la escuela, se metió al ejército, luego trabajó en alguna tienda como despachador y a poco lo corrieron porque simplemente su talla, expresión y tono de voz asustaban a la clientela.
No ha vuelto a hacer nada de provecho después de eso.
Cuando un servidor trabajaba como asistente de Centros Interactivos, aquel muchacho se aparecía casi a diario para descargar imágenes de ánime, principalmente Robotech, que en realidad otro era su nombre pero justo ahora no lo recuerdo; y princess Mononoke. No había otra cosa para él. Incluso se hizo el propósito de aprender japonés para entender los diálogos y canciones de aquellas series.
Después se olvidó por completo de aquella obsesión enfermiza jurando que nunca la había tenido.
Luego, cuando estuve en el ITJ, aquel se me aparecía por la oficina y de ahí no se retiraba se le dijera lo que se le dijera. A veces llegaba cantando canciones de Pedro Infante y no había nadie que lograra callarlo. Otras, decía que finalmente había descubierto el secreto de los cantantes de Death Metal y que él también podía cantar como perro.
Y lo hacía, para susto de los otros visitantes.
Cuando tuve el local en pleno centro de Tlaxcala, este hombre llegaba desde temprano y se pasaba hora tras hora balbuceando incoherencias sobre que ya tenía descifrado el pensamiento de Nietzche, o que en realidad Dios era una ecuación mal formulada y que por eso no había nadie aún visto su rostro; o que a veces los hombres... en fin, cuanta cosa retorcida e inconexa le pasara por la mente. De nada servía que le dijera que se callara, que entablara conversaciones coherentes, que no dejara el sudor de sus enormes palmas en el vidrio del mostrador, que se sentara y no obstruyera la puerta a los clientes. Le llegué a gritar, a regañar, a mentarle la madre, a amenazarlo con llamar a uno de esos policías que a cada rato pasaban por la zona para que se lo llevaran por acosador. Nada funcionaba.
Una vez, harto de tenerlo ahí, porque aparte llegaba de plano astroso. Ropa y tenis sucios, cabello con grandes cantidades de escamas, voz estentorea y aguardentosa, y lo más enojoso, con las axilas sudando y despidiendo un olor que hasta picaba en la nariz. A pesar de que le ofrecía desodorantes gratis nunca quería usarlos. Bueno, pues decía que una vez, ya en el colmo de la tolerancia, de plano le solté un puñetazo en plena cara, sentí su nariz hundirse bajo mis dedos y de inmediato la sangre brotar. Por un momento temí que me regresara el golpe. Él es alto, fornido, macizo. Pero resultó peor, porque simplemente soltó el llanto. ¡Se soltó a llorar como niño! Pero tampoco se fue.
Muchos meses creí haberle perdido el rastro; pero hace cuatro días volvió a aparecer por mi camino. En una presentación de libro, se me acercó, me saludó, me dijo que había ido varias veces a buscarme al local, a mi casa, marcado mi número y nada. Ahora, me volvió a pedir el número del celular y yo,, sin pensar mucho, se lo dí. ¿Qué podía pasar? Él ya se iba. Transcurrieron unos diez minutos y sonó el teléfono. Contesté y era él. Me dijo que quería que le explicara unas lecturas, que a donde me podía encontrar que le diera mi dirección y que se disculpaba por haber sido tan imprudente antes.
Obviamente, con todos estos antecedentes no le quise decir donde vivo, no fuera que otra vez lo tuviera ahí en mi casa hostigándome. En todo caso, le di datos de las siguientes presentaciones.
Y fue.
Y se me volvió a pegar.
Y no me lo quitaba de encima a pesar de que le grité que no estaba en mis manos su estabilidad emocional, y que se fuera a chingar a su madre y que ahí se veía porque ya estaba trepándome a la combi para escapar de su encimosa humanidad.
¡Pero ya me encontró!
Ayer iba saliendo del zaguán de mi casa cuando me lo topé de cara a pecho con su estúpida mirada y su gruesa voz y sus tenis rotos y su mochila vieja y si pelo áspero y sus ideas retorcidas e inconexas. Me encontró el muy cabrón y ya de plano sentí el impulso de mandarlo asesinar y hacerlo yo y arrojar su cadaver a alguna de esas barrancas que están siendo tapadas allá en Santa Ana para de una vez por todas librarme de su presencia, porque ahora cada vez que llego a la casa o salgo de ella me acomete la sensación de que ahí está agazapado para nuevamente balbucear dorante horas en espera de que yo le resuelva el terrible problema mental que trae arrastrando merced a quien sabe que asquerosos traumas infantiles.

No sé que haré la próxima vez que se me aparezca.
Advertidos quedan si después salgo en los diarios en otra sección que no sea cultura...

2 comments:

Beatriz said...

Yo no creo que cada quien tenga la sombra que se merece, la neta.

Alejandro said...

Yo tampoco, pero he tenido cada fan que...